lunes, 13 de noviembre de 2017

LOS BURLADEROS DE LA REPRESIÓN SEXUAL


 







                                                          Orfeo y las bacantes







 
 
 
En los años 50 y 60 del siglo XX las mujeres llegaban vírgenes al matrimonio, pero muy sobadas, bien magreadas diríamos.

El ‘hambre’ sexual estaba presente en la vida cotidiana, a pesar de la represión. En las aglomeraciones de gente y en los grandes almacenes había magreadores habituales que contaban, a veces, con el beneplácito de algunas mujeres necesitadas de contactos.

En los tranvías y en el metro nació la figura del ‘rabero’, que se adosaba al trasero generoso de alguna hembra y allí hacía las delicias de Onán; aunque algunas veces se encontraba con el aguijón (alfiler) presto de la mujer recatada o sin ganas de broma.

Por otra parte para satisfacer esa hambre de sexo había casas de tolerancia en el centro de las ciudades y en los denominados barrios chinos con casas de citas, bares de prostitución y de alterne y los cabarets; la afluencia a estos lugares era periódica y regular y se intensificaba los fines de semana.







Fuera del ámbito del barrio chino las pajilleras desarrollaban su labor en los descampados, haciendo la faena de pie y dejándose tocar por el interfecto.

En los cines, en las filas de atrás, también actuaba alguna lumi, ya en el ocaso, aliviando con mano presta el aquelarre hormonal de los jóvenes. Más adelante (años 60 y 70) este alivio lo practicaban los homosexuales, ya no a paja que te crió, sino haciendo felaciones, rodilla en tierra, a los novios que venían calentados por sus novias y futuras madres de sus hijos.

Aparentemente la moral estaba tan respetada, que hasta los serenos velaban por la honorabilidad de las parejas de novios, que se besaban, a hurtadillas, en lugares oscuros, en los portales y en los parques. El chuzo era más o menos rígido según la moralidad del sereno.

Se decía que algunas señoritas ponían su cuerpo a disposición del joven que les gustaba, con tal de que el virgo quedara intacto, tal era la obsesión del españolita/a por el himen. Se daba el caso que algunas señoritas llegaban a ofrecer el amor del revés con tal de no mancillar su honra, digo virgo.

El recato de la mujer era tan intenso que los recién casados, en la noche de bodas, la mujer no se desnudaba en presencia del marido y le recibía en la cama debajo de la sábanas desnuda y con un clavel en el monte de Venus.

Este era el sumo aprecio de la virginidad en la mujer y en el hombre. Lo de los magreos y otras prácticas no importaban, con tal de ofrecer la rosa intacta al celtíbero de turno.

















 

martes, 6 de junio de 2017

ZUMALACÁRREGUI: Análisis, estructutura y significado


 

    LOS EPISODIOS NACIONALES de Pérez Galdós
    GÉNESIS DE LA TERCERA SERIE


               
 

Al final de Un faccioso más y algunos frailes menos, último episodio de la 2ª serie, hace Galdós esta declaración:



Basta ya. Aquí concluye el narrador su tarea, seguro de haberla desempeñado imperfectamente (…). Los años que siguen al 34 están demasiado cerca, nos tocan, nos codean, se familiarizan con nosotros (…). Quédese, pues, aquí este trabajo, sobre cuya última página (…) hago juramento de no abusar de la bondad del público, añadiendo más cuartillas a las diez mil y pico de que constan los Episodios Nacionales. Aquí concluyen definitivamente éstos1.



No obstante, diecinueve años más tarde, en 1898, inicia con Zumalacárregui la 3ª serie de sus interrumpidos episodios, que continuaría con dos series más. Así justifica, Galdós, la continuación de los EE. NN. en las primeras líneas de Zumalacárregui:



Al terminar Un faccioso más y algunos frailes menos, la segunda serie de los Episodios Nacionales, hice juramento de no poner la mano por tercera vez en novelas históricas. ¡Cuán duramente veo ahora que esto de jurar es cosa mala…! (…). A los diez y nueve años, no justos, de aquel juramento, los amigos que me favorecen, público o lectores, (…) me mandan quebrantar el voto, y lo quebranto; me mandan escribir la Tercera Serie de episodios, y la escribo2.



A pesar de estas declaraciones, la mayoría de los estudiosos señalan que fueron razones económicas las que le empujaron a escribir esta Tercera Serie. El mismo Galdós confirma en sus Memorias, que había quedado arruinado con los gastos del juicio con su socio editor, Miguel de la Cámara:



Ved aquí lo más esencial del laudo (que dictó don Gumersindo de Azcárate): En primer lugar me reconocía la total propiedad de mis obras (…). Disuelta la sociedad, el laudo me imponía la obligación de abonar a mi contrario una parte bastante crecida de la liquidación por anticipo que mi socio me había prestado. Por tal concepto yo tenía que pagar a toca teja ochenta y dos mil pesetas.3



Sin embargo no fueron sólo razones económicas las que empujaron a Galdós a escribir esta 3ª serie. Se sumaron, también, a las razones económicas, condiciones ideológicas personales y preocupación patriótica. Hinterhauser, (1962, p. 51), valorando la explicación económica, añade dos razones coadyuvantes: la posición ideológica y las circunstancias históricas, que dieron lugar a la crisis del 98, que ya estaba a las puertas. Y además pretendía en su nueva serie: “disecar la sociedad contemporánea desde un punto de vista histórico, ético y crítico nacional”. José F. Montesinos admite las razones económicas junto a las patrióticas: “una meditación amarga, desesperada, sobre las torpezas, tal vez evitables, pues emanaban del mismo ser español”4.

Galdós abre, pues, la 3ª serie con Zumalacárregui en la primavera de 1898 y a finales de 1900, la cierra con Bodas reales. Parece que don Benito hubiera vuelto a su pujante juventud. Además esta 3ª serie refleja la experiencia de Galdós como novelista, ofreciendo más variedad en cuanto a temas y personajes. Las dos primeras series presentaban un personaje único en torno al cual se desarrollaba la trama novelesca inmersa en el hecho histórico, en cambio en esta tercera serie no puede hablarse de un protagonista único, ya que Fernando Calpena, es protagonista en algún episodio (Mendizábal, De Oñate a La Granja) y en otros ocupa un papel relevante (Luchana, La campaña del Maestrazgo, La estafeta romántica); pero en otros no aparece, como en Zumalacárregui, Vergara o Montes de Oca. Así mismo destacan como protagonistas otros personajes como D. Beltrán de Urdaneta, Santiago Ibero o figuras históricas como Zumalacárregui, Mendizábal, Cabrera o Espartero.

Lo que sí dice, Galdós, en sus Memorias, es que una vez concluido el laudo con su socio y “viéndome dueño de mis obras, resolví establecerme como editor de ellas en el número 132 de la calle Hortaleza, piso bajo” (O. cit., p. 105).



ZUMALACÁRREGUI

 
 
 
 
 
                                                               Portada de la 1ª edición
 
 
 
 
                                                                            
 


Comenzaremos, pues, el estudio de Zumalacárregui citando las fuentes empleadas en su redacción. Don Benito en sus Memorias nos da noticia del viaje que hizo por Navarra y Vascongadas al efecto:



Queriendo documentarme para el estudio de esta figura y de otras, acudí a mi amigo don Juan Vázquez de Mella (…).Amable en extremo don Juan, me dio cartas para visitar diferentes pueblos y personas de Guipúzcoa, Vizcaya y Navarra. Con las cartas (…) me dirigí a Cegama, Azpeitia, Pamplona, Puente la Reina, Estella, Viana y otras poblaciones que fueron teatro de las guerras civiles. En Cegama visité a don Miguel Zumalacárregui, sobrino carnal del famoso caudillo, que murió en aquella villa el 24 de junio de 1835, al volver malherido del primer sitio de Bilbao. El bondadoso y simpático don Miguel me recibió en su casa (…), mostrándome la estancia en que su tío entregó su alma a Dios. Vi la cama, cubierta con una colcha de damasco amarillo. Completaban el decorado de la alcoba las armas y el retrato del héroe5.



Para el resto de la geografía de Navarra Galdós utiliza el Diccionario geográfico de Pascual Madoz, y no comete errores de relevancia.

A veces un corresponsal le envía datos concretos sobre una villa, como señala Rodolfo Cardona en >>Apostillas a los Episodios Nacionales de Hinterhauser<<, en Anales Galdosianos III, 1968, pp. 119-142, en las que el profesor Cardona aporta un número considerable de materiales desconocidos que arrojan bastante luz sobre la elaboración de los Episodios. En concreto tiene interés el plano de Oñate, que Galdós guardaba entre sus papeles y se lo había enviado don José Mª de Aguirre, seguro un erudito local, que le informó con exhaustividad.

En cuanto a las fuentes históricas utilizadas, Boussagol6señala como fuente casi única, la obra del militar carlista D. José Antonio Zariátegui, titulada, Vida y hechos de don Tomás de Zumalacárregui, Madrid, 1945. Rodolfo Cardona7 señaló también como fuente directa de este episodio, el estudio del militar inglés, Sir Thomas Wisdom, titulado, Zumalacárregui y Cabrera, Madrid, 1890.

En efecto, ambas obras fueron propiedad de Galdós y se conservan en su Casa-Museo de Las Palmas. Además están anotadas en los márgenes por el propio Galdós, y toma pasajes de uno y otro libro, aunque quizás más del de Wisdom. Galdós, lógicamente, tenía que buscar fuentes fidedignas para la base histórica de su Episodio; pero su pretensión no era escribir una nueva biografía del general carlista, sino hacer con la materia histórica una novela. Por lo tanto se vio obligado a desechar gran parte del material y otras veces lo ampliaría, como en el caso del transporte del cañón, “El abuelo”, que Zariátegui le dedica 4 páginas y Galdós 47, con su criatura literaria, José Fago, como protagonista de esta hazaña.

Boussagol (O. cit. p. 257) señala otras fuentes, que aunque no están en la biblioteca personal de Galdós, sí pudo consultarlas y son: Ecos de Navarra o Don Carlos y Zumalacárregui, detalles curiosos de un oficial carlista del Barón de Du Casse, Madrid, 1840; también pudo tener al alcance la Historia militar y política de Zumalacárregui y de los sucesos de la guerra de las provincias del Norte de F. de P. de Madrazo, Madrid, 1844.

Existe otro relato de las campañas militares de Zumalacárregui, de contenido biográfico, obra del capitán inglés C. F. Henningsen8, que combatió al lado de Zumalacárregui y fue publicado en Londres en 1835. Quizá, Galdós, tuvo acceso a esta obra, por algunos detalles, que los otros historiadores no señalan.


     
Comienza el Episodio con la presentación del carismático general carlista, que lucha por unos valores políticos y religiosos tradicionales. Pero ya desde el principio se revela el juicio negativo que el narrador tiene de la hazañas de Zumalacárregui:



Movido de la idea, guiado por su prodigiosa inteligencia y conocimientos del arte guerrero, iba trazando con garra de león, sobre aquel suelo ardiente, un carácter histórico…¡Zumalacárregui, página bella y triste! España la hace suya, así por su hermosura como por su tristeza ( I, 8-9).



También se nos ofrece una referencia espacial y temporal: “Ribera de Navarra, noviembre de 1834”. A partir de aquí va a comenzar la novela itinerante a lo largo de pueblos, valles y montañas de Vascongadas y Navarra.

Se presenta el primer incidente, que por un lado muestra la crueldad del ejército carlista, que va a fusilar a D. Adrián Ulibarri, alcalde de Miranda de Arga, por dar el aviso al ejército cristino que los facciosos habían tomado el pueblo; y por otro, José Fago, capellán del Cuartel Real de Don Carlos, encargado de prestar los últimos auxilios religiosos al infortunado alcalde, que no es otro que el padre de Saloma, joven que vivió amancebada con él antes de ser sacerdote, estado que abraza arrepentido, después de haber sido abandonado por ella. Fago le pide perdón y le revela su identidad. Esta confesión de Fago a Ulibarri suministra los antecedentes necesarios para el arranque novelístico y el folletín romántico correspondiente.

El alcalde sería pasado por la armas y en la mente de Fago se fija la obsesión de buscar a Saloma para redimirla.

Del capítulo III al XVI se presentan numerosos hechos de armas protagonizados por los carlistas y junto a esas acciones militares, vemos por una parte las dudas e indecisiones de Fago y por otra la admiración ilimitada hacia Zumalacárregui, con quien empieza a identificarse íntimamente.

En el asedio de Villafranca, da la primera muestra de su obsesión por la búsqueda de Saloma, porque resultó que la última mujer que bajaban de la torre, se llamaba Saloma, pero se dio cuenta que era otra Saloma.

Rendida Villafranca, se pasó por las armas a los cristinos, que decían:



>>¡Muera Carlos V!...<< Siguió una descarga cerrada (…), después un silencio lúgubre (…) ¡Así se derrochaba el tesoro inmenso de la energía española! ¡Es verdadero milagro que después de tan imprudente despilfarro del caudal por uno y otro bando, todavía quedara mucho y quedará siempre, y quede todavía! (VI, 54-55).



Fago comienza las confidencias con el capellán Ibarburu, a quien había conocido en Oñate, y le dice que desde que vio al General, le entraron unas ganas tremendas de tomar las armas. Prosigue, pues, su obsesión de identificación con el héroe: de ser como él o hacer más que él.

Ante tales propósitos Ibarburu facilita a Fago una entrevista con el General, que le encarga el transporte del cañón, que luego llamarán “El abuelo”, que Fago cumple con diligencia. Más tarde D. Tomás le felicitó por su contribución a la causa. Y en su afán de actuar de doble del General o de estar en su mente, dice para sí: “Ya conozco tu plan: no puede ser otro que la configuración del terreno te señala. Estoy dentro de tu cerebro” (XIV, 130).

Fruto de todo esto, José Fago se alista en el ejército carlista en el 5º de Navarra y se prepara para entrar en combate con los cristinos. Sigue entrando en la mente del General. “Todo lo que yo pienso lo piensa él, pero lo piensa después que yo” (XVI, 146).

En el capítulo XVII se produce el clímax emocional del episodio con la obsesión enfermiza y romántica de Fago: la búsqueda de Saloma. Aquí tiene lugar la metamorfosis de Fago. Se inicia con una escena de pesadilla. Fago se desorienta y cae inconsciente. Cuando despierta es de noche. La noche le envuelve y sus dudas interiores están simbólicamente unidas a la niebla física que le impide ver nada. Encuentra, por fin, un grupo de vendedores ambulantes, entre los que está Saloma, que conoció en Villafranca y es acogido por ellos.

A partir de aquí, Fago se muestra abatido. Se cree un cobarde que se ha engañado a sí mismo. Tiene un sueño simbólico que le indica que la guerra perturbará la paz y el retiro que desea, y parte en busca del cuartel real carlista.

Tiene lugar la entrevista entre Fago y el consejero de Castilla Arespacochaga, donde se pone en evidencia, cómo el político empieza a conspirar contra Zumalacárregui por discrepancias estratégicas y sobre todo por envidia.

Se celebra una conferencia entre el General, Don Carlos, el pretendiente y los ministros (la camarilla), quienes, contra el parecer de Zumalacárregui, deciden la toma de Bilbao, pues la toma de una capital importante, supondría un gran empréstito por unas casas de banca holandesas, para defender la causa y despejar el camino hacia Madrid.

En el capítulo XXIX, Fago cuenta sus andanzas al logrero capellán Ibarburu, su captura y el servicio en el ejército enemigo. La finalidad de todo ello no había sido otra que la de buscar a Saloma Ulibarri. Ibarburu le amonesta y le anima a volver a la vida sacerdotal.

Enterado Zumalacárregui que Fago se había reincorporado al ejército carlista, le llamó a su lado y conversaron. Fago sintió el extraño fenómeno de entrar en el pensamiento del General y le advierte que si es un disparate estratégico tomar Bilbao, que no debe obedecer al Rey, que presente su dimisión. Le pronostica que se acerca el final de su gloriosa carrera: “Vuecencia lo sabe y yo también… el héroe de esta guerra, el restaurador de la Monarquía legítima…no tomará Bilbao…El por qué…él lo sabe… y yo también”(XXIX, 277-278).

Los tres últimos capítulos narran el cerco de Bilbao y la muerte del héroe y su doble. Toda la gente de Bilbao defendía la causa liberal con el mismo ímpetu, que la población rural defendía el absolutismo de D. Carlos. Dice el narrador refiriéndose a la terquedad de unos y de los otros:



¡Qué tiempos, qué hombres! Da dolor ver tanta energía empleada en la guerra de hermanos. Y cuando la raza no se ha extinguido peleando consigo misma es porque no puede extinguirse! (XXX, 280).



Zumalacárregui dirige las operaciones desde el balcón del Santuario de Begoña y es herido en una pierna. Es trasladado por su voluntad a Cegama. Fago se incorpora a la comitiva, aunque sigue pensando en Saloma. Al General lo ve un curandero llamado Petriquillo. Llegan, por fin a Cegama. La gente es optimista, pero Fago presiente que el General va a morir: “Morirá sin duda (…) Yo no dudo (…) Dios me ha enseñado a conocer las oportunidades de la Historia, y cuándo es bueno que ocurra lo malo” (294).
                                                                          


La herida de Zumalacárregui empeora. Los médicos intervienen, pero la pierna está infectada. Recibe los sacramentos, testa y expira el día 24 de junio de 1835. El mismo día, el sacristán de Cegama, que le había dado alojamiento, encuentra a Fago muerto. Y sólo al final nos encontramos con la enigmática Saloma Ulibarri, que es una de las mujeres, que está lavando en el río, cuando pasa el entierro del General:



Unas rezaban, otras seguían con ansiosa mirada el tristísimo cortejo. Digo casi todas, porque una de ellas, la más joven quizás, alta, morena, ojerosa, se mostró insensible y mirando al agua enturbiada por el jabón dijo con cruel entereza. >>Bien muerto está…mandó fusilar a mi padre<< (XXXIII, 311).



ESTRUCTURA NARRATIVA


El contenido narrativo de Zumalacárregui se presenta en 33 capítulos con dos líneas ascendente y descendente, de 16 capítulos cada una, que encuentran su centro en el capítulo XVII, el que contiene el clímax emocional del Episodio con la obsesión enfermiza y romántica de Fago: la búsqueda de Saloma.

La estructura se presenta del siguiente modo: los tres primeros capítulos son presentadores. En el I aparecen los dos personajes, Zumalacárregui y Fago, en relación con D. Adrián Ulibarri, víctima de ambos: del Genera por la leyes de la guerra y de Fago por el amor escandaloso con su hija Saloma; el II y el III desarrollan la obsesión de Fago y las acciones de guerra de Zumalacárregui.

El asedio a Villafranca ocupa los capítulos IV, V y VI. Los capítulos VII, VIII y IX refieren las acciones militares y las confidencias entre Fago e Ibarburu. También se produce una conversación entre Zumalacárregui y Fago, que culmina con el rescate del cañón “El abuelo”, acción que encabalgándose en el capítulo X, ocupa los capítulos XI, XII y XIII.

La noticia de las batallas de Mendaza y Arquijas ocupa los capítulos XIV, XV y XVI, en cuyo final se produce la visión fantasmagórica de Fago, que ocasionará la crisis emocional del capítulo central, el XVII.

Los seis capítulos siguientes. Del XVIII al XXIII (encabalgado con el XXIV) desmenuzan la obsesión de Fago con sus deambulaciones físicas y mentales. En el final del XXV se retoman los temas históricos (Valdés versus Zumalacárregui), que ocupan los capítulos XXVI y XXVII .

Los capítulos XXVIII, XXIX y XXX oscilan entre la crisis desesperada de Fago y las decisiones estratégicas equivocadas del Cuartel Real, agonías paralelas que tendrán un desastroso final: Fago no hallará a Saloma y los carlistas intentan tomar Bilbao, en cuyo asedio cae herido de muerte Zumalacárregui.

Los tres últimos capítulos se centran en las reflexiones de los últimos días del General, de Fago, de la causa carlista y en la muerte de los dos personajes.



EL ESPACIO Y EL TIEMPO

En Zumalacárregui el paisaje tiene un gran protagonismo por el continuo peregrinar de las tropas carlistas por los pueblos vasconavarros.

Los hechos históricos que Galdós va a novelar se produjeron en un marco rural, agreste y montañoso; porque era en el campo donde tenían arraigo las ideas tradicionalistas del absolutismo y no en las ciudades burguesas e industriales.

Así pues, el ejército carlista operará en un medio rural doblemente favorable: por el terreno agreste y montañoso y por la población adicta a la causa.

La acción se desarrolla en un espacio y en un tiempo concretos. El espacio-como se ha dicho- será el paisaje vasconavarro y el tiempo transcurrirá entre noviembre de 1834 y el 24 de junio de 1835.

La acción comienza en la Ribera de Navarra, en noviembre de 1834; pero inmediatamente se hacen referencias al pasado cercano que no aparece en el relato. En el plano histórico se evoca la incorporación de Zumalacárregui a las fuerzas carlistas y su nombramiento como comandante en jefe del ejército carlista del Norte, desplazando a Iturralde.En el plano ficticio tenemos la confesión que Fago hace a D. Adrián Ulibarri, que nos informa de la vida de Fago anterior a ese momento. En la novela aparecen dos vidas- una histórica (Zumalacárregui) y otra ficticia (Fago), de las que se nos darán algunas notas de su pasado, pero lo medular será la vida de los dos personajes, que se desarrolla en sincronía, entre noviembre de 1834 y el 24 de junio de 1835, fecha en que mueren ambos personajes.



EL PUNTO DE VISTA



Un narrador omnisciente en 3ª persona dirige el relato poniendo el foco en José Fago, verdadero protagonista de la mayor parte de las peripecias de la trama.

Pero ese autor-narrador omnisciente no renuncia a dejarse ver, bien a través del narrador o de los personajes, bien haciendo notar su presencia por medio del discurso. Así el narrador introduce su propia visión de los hechos:



Si tenaces eran los habitantes de las villas y anteiglesias en su afecto a Don Carlos, no lo eran menos los bilbaínos en su devoción por Isabel II. Al ardiente arrojo, a la terquedad ciega de los unos, respondían los otros con iguales o mayores demostraciones de confianza y bravura. ¡Qué tiempos, qué hombres! (XXX, 280).

El narrador interrumpe el curso del relato para mostrarnos la causa de su admiración por Zumalacárregui:



Al rey que proclamó, a la idea monárquica pura, pertenecía y ajustando su conducta a un proceder de línea recta, por nada del mundo de ella se desviaba. A esta excelsa cualidad unía otra, la de no tener ambición política, virtud rara en los militares de su tiempo, de uno y otro bando. Realzaba con tan hermosa modestia su figura guerrera, el hijo de Ormáiztegui oscurece a todos sus contemporáneos ilustres y a cuantos en el gobierno de las armas, así cristinos como carlistas, le sucedieron (XVII, 258).



También encontramos el tono amistoso del narrador, rico en expresiones coloquiales: “No pudo aproximarse al lugar donde batían el cobre” (III, 28) o “Por lo demás, un pedazo de pan como carácter” (XI, 98), refiriéndose a Gorria, soldado que ayudó a Fago en el transporte del cañón.

A veces adopta la proximidad de la 1ª persona para destacar el carácter documental del relato: “Gustoso de referir las cosas pequeñas antes que las grandes anticipo este incidente que la Historia apenas cree digno de mención” (I, 9).

Recurso narrativo destacado en este episodio es la presencia de los monólogos- soliloquios los llama Galdós- y surgen de la mente de José Fago, en los momentos cruciales de su peripecia vital y en hora nocturna.

El primer monólogo tiene su raíz en una duda existencial de Fago: “¿Puedo ser a la vez hombre de guerra y hombre consagrado a las espirituales batallas del Evangelio”? (XIII, 121). El segundo de estos monólogos surge en el capítulo XVII, en el clímax emocional del episodio, y expresa el estado de confusión mental de Fago: “¿maté de nuevo a Ulibarri? ¡Estoy en pecado mortal!” XVII, 154-157).

Y por último un recurso paralelo al monólogo, y con la misma función, es el de los diálogos reflexivos entre Fago-Ibarburu, Fago-Arespacochaga y Fago-Zumalacárregui.



LOS PERSONAJES
                                                                 


Zumalacárregui: Para trazar el perfil físico y humano del General, Galdós tomó datos en sus fuentes, y que ese perfil biográfico aparece resaltado por la admiración evidente que siente el liberal Galdós por el caudillo carlista, no cabe ninguna duda.

En el capítulo V se hace la presentación del caudillo, rodeado de dos perros de caza:



Apareció Zumalacárregui, andando con viveza, la boina azul de los comunes muy calada sobre el entrecejo, ceñidos los cordones de la zamarra, botas altas, en la mano un látigo. Le precedían dos perros de caza (V, 43).

Sigue la presentación, ahora se refiere a los rasgos faciales:

El rostro enjuto y tostado, la nariz fina, bien cortada y picuda, el entrecejo melancólico, el bigote negro que enlazaba con las patillas recortadas desde las oreja, el maxilar duro y bien marcado bajo la piel (V,44)

También se alude a su estatura:

Era el General de aventajada estatura y regulares carnes con un hombro más alto que otro. Por esto, y por su ligera inclinación hacia delante, efecto sin duda de un padecimiento renal (v, 43)

Y más abajo ofrece la etopeya:

Tipo melancólico, adusto, cara de sufrimiento y meditación (…) había que oírle expresar sus deseos, siempre en el tono de mandatos indiscutibles, para comprender su temple extraordinario de gobernador de hombres, de amansador de voluntades dentro de férreo puño de la suya (V, 43).



Pero el Zumalacárregui de Galdós no es una mera figura histórica, sino que es el personaje coprotagonista del Episodio. Veamos algunas matizaciones artísticas que añade el narrador a su personaje histórico. En el suceso histórico, cuando D. Carlos llama a su General para que acuda al Cuartel Real y abandone las acciones emprendidas, esto dice el narrador:



Como un jarro de agua fría cayó este aviso sobre la ardiente voluntad del caudillo guipuzcoano, y de malísimo talante se puso en marcha hacia Segura (…) Su miranda penetrante se fijaba con mayor tenacidad en el suelo, y su cuerpo se encorvaba hacia la tierra, cediendo más al peso de las aprensiones y cuidados, que al de las triunfales coronas que su frente ceñía (…)Abrevió el caudillo su visita cuanto pudo, no sólo por la prisa (…), sino porque le asfixiaba la atmósfera, el tufo de camarilla (XVII, 256).



Los últimos días de la vida del General son cuidadosamente tratados por el narrador:

“Nunca le había visto tan soberanamente investido de la majestad que dan el talento superior y la honradez sin tacha “(XXIX, 276).

Y cuando fue herido en su puesto de mando, nuevamente el narrador realiza su etopeya:



Su mirada era febril, lívido el color del rostro, su tristeza se disimulaba con la animación que quiso dar a sus palabras. Saludó sonriendo: más encorvado aún que de costumbre (…) Vieron bajar a Zumalacárregui por su pie, no más pálido que cuando subió. >>Creo que no es nada<< (XXX, 285-286).



Zumalacárregui, personaje histórico y personaje literario rompe los moldes de lo individual para convertirse en prototipo de un ideal para la causa carlista:



Ya no volverán a verse más en este mundo D. Carlos y Zumalacárregui, representación viva del absolutismo el uno, representación el otro de la formidable fuerza nacional que lo amaba y lo defendía (XXXI, 293).

Galdós ha convertido a D. Carlos y a Zumalacárregui en símbolos. Símbolo el General del héroe romántico, que se esfuerza en vano ante una realidad que lo asfixia y lo destruye; símbolo triste el Rey del servidor de una causa que morirá con su persona:



A las diez y media dejó de existir el gran hombre. Alma y brazo de la Monarquía absoluta, la Causa que por él y con él vivió, con él moría. Aunque el ideal carlista no haya adquirido el santo reposo, enterrado fue con los huesos de Zumalacárregui bajo las losas de la iglesia parroquial de Cegama…Es que algunos muertos descansan y otros no (XXXIII, 308).



José Fago: Sin duda es el protagonista de este Episodio. Fago es la personificación de la dualidad, de la oscilación y de la ambigüedad. Así será, a la vez, reo y juez, militar y sacerdote, cuerdo y loco, valiente y cobarde. Galdós crea otro personaje más, anormal, atormentado de los muchos de su producción literaria.

La vida de José Fago transcurrirá en un continuo vaivén entre la lucidez y la locura. En sus momentos de locura perderá el control de sí mismo y perseguirá fantasmas. En los momentos de lucidez mostrará destacadas dotes como estratega militar, de tal forma que se identifica con el General. A medida que se acerca al final, locura y cordura mezcladas le inclinarán al azar y a un profundo y romántico escepticismo fatalista. Veamos un ejemplo:



Renegaba de la previsión, del método, de todo el fárrago de prescripciones por que se guían los hombres, y comúnmente resultan de menor eficacia que los dictados de la fatalidad (…), vivimos a merced d la naturaleza y de las misteriosas combinaciones del tiempo y del espacio (XXIV, 225).



Fago tiene una obsesión, que lo persigue en sus visiones fantasmagóricas hasta la muerte: su pasado. Su pasado es Saloma o Salomé, la mujer amada, cuya pérdida desespera a nuestro personaje. Y Saloma revive en las circunstancias folletinescas que involucran a Fago como confesor en el fusilamiento de D. Adrián Ulibarri, padre de Saloma. Revive en otro personaje del mismo nombre, Saloma, la baturra, que el autor hace cruzar en el camino de Fago para desesperarlo. Revive en las alusiones de unos campesinos que le dicen que anda de ama de cura.

Saloma, el pasado, será un fantasma a quien Fago perseguirá en vano. Sólo tenemos una noticia cierta en vida del personaje, la que proporciona su prima monja, Isabel Ulibarri, que vive en tierras de Álava.

En su actuación vacilante por nuestro Episodio, Fago tiene dos puntales en los que se apoya: D. Tomás Zumalacárregui y Saloma Ulibarri, o lo que es o mismo la milicia y el amor.

El autor contrapone a los dos protagonistas, Zumalacárregui y Fago, como cara y cruz de una misma moneda. En la primera entrevista entre el General y el sacerdote hay un compás de espera: “Zumalacárregui (…) mirándole fijamente (…) >>Amigos de usted me ha informado de sus aficiones a la guerra. Déjeme usted ser franco y decirle que los curas armados me gustan poco<<” (IX, 81).

El segundo encuentro ya fue más cordial: “¿Qué?- preguntó Zumalacárregui (…) ¿Cree usted que la cosa es difícil, imposible?. –Nada hay imposible (…) Si esto fuera fácil, creo que vuecencia no me lo encargaría a mí. Traeré el cañón” (X, 92).

El próximo encuentro será ambos a caballo, “de silla a silla, poniendo los caballos al paso” (XIV,129), con un Fago orgulloso de la misión cumplida, y un Zumalacárregui que le felicita con urbana frialdad.

Zumalacárregui representa todo lo que Fago admira. El trato con el General había despertado en él un irremediable ardor guerrero y también la convicción de las cualidades para desarrollarlo con éxito: “Lo ha hecho Zumalacárregui, lo habría hecho yo tan bien como él (…) y si me apuran diré que mejor” (VIII, 73). De tal manera se siente identificado con el General, que se mete en su mente, conoce de antemano sus planes estratégicos, sabe todo lo que va a hacer: “Todo lo que yo pienso lo piensa él, pero lo piensa después que yo” (XVI, 146).

La trama novelesca separa a los dos protagonistas. Mientras Zumalacárregui conquista laureles, Fago se hunde en le marasmo mental, que lo arrastra a situaciones penosas.

La desgracia los volverá a unir, cuando Zumalacárregui tiene que poner sitio a Bilbao, deseó ver a Fago y éste con sincero atrevimiento, propio de un loco, le dice al General todo lo que pensaba, que, a su vez, sería lo que pensaba el caudillo carlista:



Vuecencia esclavo de su deber, obedece órdenes disparatadas del Rey (…) Vuecencia no debe obedecer (…) debe presentar la dimisión resueltamente, y que venga otro a ejecutar los propósitos que concibe el cerebro vacío de los que rodean a nuestro Rey (…) El héroe de esta guerra, el restaurador de la monarquía legítima no tomará Bilbao…El por qué…él lo sabe…y yo también (XXIX, 277-278).



Tras la herida fatal Fago ya no va a abandonar a Zumalacárregui. El General no mejora y Fago tiene fiebres nerviosas. Tiene lugar una última entrevista en la que Fago le habla de la inutilidad de la guerra, pero el General no contesta, tan sólo le hace una reflexión: “Yo le alabo a usted (…) el gusto de preferir la religión a la guerra (…) Siempre me pareció usted de superior entendimiento, apto para todo” (XXXII, 303).

Al día siguiente mueren ambos: el General con los auxilios religiosos y con honores; Fago sin compañía y sin los auxilios religiosos; recibió incluso tirones de orejas y estrujones en los brazos para comprobar que estaba muerto.

Pero no sólo han muerto José Fago y Zumalacárregui; sino que ha muerto el carlismo. ¿Por qué? Pues por la incompetencia, obcecación y fanatismo de sus dirigentes (la camarilla real), que ha llevado a Zumalacárregui al sacrificio, y por otro lado Fago representa la falta de lógica y de ideas de la causa carlista.

Galdós quiso proyectar en José Fago el símbolo del carlismo que, iniciado en buenos principios, erraba equivocadamente el camino. Ha perdido, por un error personal, a su amada (España) para perseguirla luego de una manera febril e inapropiada. El estado eclesiástico en que se ampara Fago, contribuye a hacer de él un lunático, un atormentado perseguidor de quimeras inalcanzables.

Tiene momentos lúcidos en que promete victorias (a la sombra de Zumalacárregui, como el carlismo conoció); pero su inestabilidad personal, fomentada por sus malos consejeros, acabará haciéndole sucumbir. Y muere cerca de Saloma, a quien su ofuscación personal le ha impedido ver.

José F. Montesinos, refiriéndose a José Fago proyecta su simbología más allá del carlismo, tesis que apoya Avalle Arce.9



Él (José Fago) simboliza esa humanidad torturada por mil agentes, el más cruel, la propia condición, que vemos debatirse dolorosamente (…) por la vorágine de una guerra que detestan y a la que no saben hurtarse, soñadora de grandezas pasadas, que intenta escapar de sus limitaciones persiguiendo a un fantasma de su pasado, como Fago a Saloma, ideal que representa la esperanza de la reconciliación personal y nacional.



Saloma: El otro puntal en que se apoya José Fago es Saloma Ulibarri, que representa su pasado borrascoso y alimenta una adolorida pasión amorosa. La relación Fago-Saloma, vivida sólo en el recuerdo del protagonista, pues de ella solo tenemos la referencia de su prima Pilar Ulibarri, la monja, que nos dice que vive en tierras de Álava, pero nada más.

Pero, ¿esta relación Fago-Saloma la podemos encuadrar dentro del folletín romántico?10

Veamos los caracteres folletinescos d la trama amorosa Saloma-Fago:

a) La presentación de situaciones de doble sentido sobre la conducta de la actual Saloma, que anda de ama con un misterioso cura.

b) El motivo de las personas extraviadas con anhelada búsqueda por parte del otro personaje. Fago busca a Saloma con obsesión y no la encuentra.

c) El protagonista desequilibrado, loco, desquiciado concuerda bien con la anormalidad de Fago.

Dos momentos de la trama son una muestra fehaciente del folletín romántico en Zumalacárregui. El primer momento corresponde a episodio de la muerte de D. Adrián Ulibarri, en el que se dan dos casualidades: el padre de Saloma y el confesor de oficio es el raptor de su hija. El segundo se halla entre los capítulos XVI y XVII, que representan el clímax del desquiciamiento de Fago: la aparición mágica, visionaria de Ulibarri en el campo de batalla.

Sin embargo, la verdadera Saloma o Salomé, para cerrar el folletín, aparece al final del relato, es una de las mujeres que lavan en el río, y fiel al ideario liberal de su padre, dijo: “Bien muerto está…Mandó fusilar a mi padre”.

Hay otros personajes secundarios que completan la trama del episodio. Empezaremos por la figura del pretendiente, D. Carlos Mª Isidro, que aparece muy poco y apenas merece algunos comentarios entre irónicos y burlones del narrador:

                                                                          

En la Sala Capitular, rodeado de frailes, estaba el Rey como menos ceremonia y tiesura de la que al absolutismo podía corresponder, y a todos los que entraban y le hacían alguna reverencia les agraciaba con una sonrisa bonachona, en la cual era más fácil distinguir al pretendiente que al soberano (VII, 61-62)



La visión negativa del carlismo se expresa, sobre todo, a través de los personajes de la camarilla, que rodea a D. Carlos, que son los culpables de conducir al sacrificio a Zumalacárregui; esto dice Fago en conversación Ibarburu:No se concibe mayor obcecación que la esos consejeros áulicos, que han puesto al caudillo al borde del abismo” (XXX, 282).

Y cuando Zumalacárregui es obligado a interrumpir su brillante campaña, ya a las puertas de Vitoria, para acudir a Segura, también el narrador pronuncia un encendido reproche a la corte carlista tan remisa a reconocer los méritos de su héroe:



No ignoraba (Zumalacárregui) que en la tertulia del Rey y en los corrillos de toda aquella caterva de vagos y aduladores, se iba formando una opinión adversa, regateándole sus méritos y servicios (…) Las victorias (…) se atribuían al valor de las tropas realistas, y al desmayo y falta de fe de las de la Reina (…) seguramente otro general se habría plantado ya en tierra de Castilla, abriendo al Rey legítimo el camino de Madrid (XXVII, 257).



No obstante cuando Zumalacárregui fue herido, la comitiva se detuvo en Durango y fue visitado por el Rey, que le ofreció que se quedara en el Cuartel Real y le curaran sus facultativos, pero Zumalacárregui prefirió el retiro de Cegama junto a sus parientes.

Arespacochaga: Entre la camarilla que rodea al pretendiente destaca por su vaciedad y petulancia el consejero de Castilla D. Fructuoso Arespacochaga y Vidondo. Su figura la retrata con exactitud el narrador:



Era el tal cortesano de D. Carlos persona de muy cortas luces, ambicioso forrado en beato, de ideas comunes y palabras rebuscadas y ampulosas (…) su mirada se esforzaba en ser aguda lo que sólo es privilegio de la inteligencia (…) Usaba en el trato social posecillas, pausas, caídas de ojos, y otros medios auxiliares de expresión que conceptuaba indicadores de pensamientos recónditos: realmente era un juego que respondía a la vaciedad de su inteligencia (XX, 181-182).



Encontramos a esta criatura literaria al lado del Rey, teniendo la honra de concretar la cuestión del consejo; y con la voz autorizada a la hora de decidir las disparatadas cuestiones militares en presencia de Zumalacárregui, en concreto le pregunta: “¿Tiene el General D. Tomás de Zumalacárregui fuerzas para tomar Bilbao?” (XXVIII, 263).

Otra prueba de su vaciedad muestra Arespacochaga, cuando con grandes precauciones, le comunica a Fago que están preparando un Real Decreto, por el cual su Majestad, va a nombrar Generalísima de sus ejércitos a la Purísima Concepción, “para que dé la victoria a las armas que se esgrimen en defensa de la fe de nuestros padres” (XXI, 197).

En Arespacochaga critica, Galdós, la burocracia parasitaria, que existía incluso en una corte trashumante, que se instalaba de pueblo en pueblo, al compás de las tropas carlistas. Don Fructuoso será el prototipo de adulador áulico que contrasta con la nobleza de Zumalacárregui. El consejero se situará entre los detractores del General en la corte, y su bajeza moral se revela en que sea un apasionado defensor de una persona tan falaz como el general González Moreno, que siendo gobernador civil de Málaga atrajo con engaños a Torrijos y a sus compañeros hasta Fuengirola, que se hallaban refugiados en Gibraltar y los pasó por la armas.

Otro oportunista dentro de la caterva de aduladores es el capellán Ceferino Ibarburu con quien conversa Fago a lo largo del episodio. Pero Ibarburu no es un romántico desnortado, como el también capellán José Fago. Los motivos que él tiene para apoyar el carlismo, no son puramente ideológicos, sino que aspira a obtener una mitra, cuando triunfe la causa. Lo mismo le sucedía al resto de la camarilla, éste un ministerio, aquel una embajada, lo que contrasta con la nobleza y altura de miras de Zumalacárregui, y en el ámbito religioso de José Fago.

Saloma, la baturra: Reflejo de la amada de Fago, es el prototipo de la gente del pueblo, buena, generosa y honrada. Sigue al ejército cristino haciendo pequeño comercio en una cuadrilla de parásitos como “la Seda”, amancebada con “Uva” o el tío “Concejil”, liberal también, que había sido parásito de Sarsfield, de Quesada, de Rodil y de Córdova.

Saloma, la baturra, mujer de buenos sentimientos enjuicia negativamente la guerra y la figura del pretendiente:



¿Y por qué no viene el asoluto a ponerse aquí en los sitios donde pegan?¡Ah! mientras sus soldados echaban aquí el alma, él tan tranquilo en Artaza al amor de los tizones (…). El D. Isidro ese, y la Isidra de allá, doña Cristina, debieran ser los primeros en meterse en el fuego… pues no, no veo la equidad. ¡Ay, españoles, que es lo mismo que decir bobos! (XV, 142)



Saloma socorre a Fago, a pesar de ser de distintos bandos, quizá por el paisanaje:



-Y ahora si no quiere que sospechen quédese con nosotros (…) y aquí comerá de lo que haiga. Si no tiene dinero para el gasto, no le importe, que a mí no me falta un duro para los amigos, y más si son de la tierra…Donde yo estoy está Aragón...con que… (XVII, 165).



Y Saloma, la baturra le ayudará de nuevo cuando se encuentre en la cárcel de Estella:



En su desaliento pensó el capellán con seguro juicio que pues no le salían amigos de valía por ninguna parte, era forzoso buscar el arrimo y calor de los seres humildes que se habían acordado de favorecerle en desventura. Mandó recado a Saloma, la baturra para que a verle fuera (XXIV, 229-230).



Otros trazos de gente del pueblo recoge Galdós como Fulgencio Pitillas, fanático carlista, cuyas casas, graneros y ganados le había quemado Espoz y Mina en las campañas realistas del 22 y del 28:



Todo lo perdió por defender una idea; pero no le importaba con tal de ver la idea victoriosa, ¿qué valían unos cuantos carneros y algunos sacos de trigo en comparanza con la religión católica, y del trono legítimo? Dios sobre todo (XIX, 174).



Contrasta con el fanatismo de Fulgencio Pitillas la figura del solitario Simeón Borra, que vivía en una cabaña en el monte Murumendi (capit XII) y es visitado por Fago. Borra es un soldado carlista, que en el año 22, Mina le sorprendió en actos de espionaje y le condenó a muerte, conmutándole la pena por la menos cruel de cortarle las orejas; fruto de lo cual se fue a su casa desengañado y sin ganas de guerrear por ningún bando. Borra condena la guerra en sí, ya sea realista o cristina. Está entregado a la religión y perdona a sus enemigos.

Cuando se despiden Fago le da una limosna (una moneda), que Borra rechaza. El ermitaño desengañado, alienado, sólo se dedica al rezo. Sin duda, Galdós, con este personaje, lanza su alegato antibelicista.

También como personajes meramente episódicos aparecen, casi al final, Fray Cirilo de Pamplona, pariente de la esposa del General, que enterado de la herida del General, acudió al instante para acompañar al héroe a Cegama. Fray Cirilo le propuso al General llamar a un curandero del país, llamado Petriquillo, y no cabe duda que el fanatismo propició que Zumalacárregui y sus parientes tuvieran fe ciega en el curandero Petriquillo.


SIGNIFICACIÓN


Galdós comenzó a escribir Zumalacárregui, cuando se había empezado a revalorizar la valentía y el genio militar del héroe carlista. En cierta medida Zumalacárregui es presentado como una figura positiva y digna de admiración como genio militar con sus luces y sus sombras.

La publicación de Zumalacárregui en la primavera de 1898 se produce cuando ya ha brotado en los lectores el interés por la novela histórica. El año anterior había aparecido la novela de Miguel de Unamuno Paz en la guerra, que tenía por referente histórico las guerras carlistas, concretamente el asedio a Bilbao durante la tercera guerra carlista.

En este ambiente decide Galdós reemprender la redacción de esta 3ª Serie de los EE. NN.

La época histórica que le correspondía narrar era la de la primera guerra carlista, cuando en 1833, a la muerte de Frenando VII, se disputaron la sucesión al trono su hermano Carlos María Isidro y su hija recién nacida, la futura Isabel II, representada, entonces, por la reina regente, Mª Cristina; y todo ello por la derogación de la Ley Sálica, que impedía que las mujeres accedieran al trono, en caso de haber varones con derechos dinásticos (hermanos, sobrinos etc).

Al lado del pretendiente, D. Carlos, se alinearon los sectores más conservadores de la sociedad española, pues el hermano del rey, ya era la cabeza visible de la línea más dura del régimen. Don Carlos fue también el jefe de un ejército paralelo: los Voluntarios Realistas.

Pues bien, en una reunión celebrada el 13 de septiembre de 1832, dominada por el absolutista Tadeo Calomarde, acuerda, ante la sorpresa general, que gobierne Mª Cristina, como regente y Fernando VII firma la habilitación de su mujer como regente. D. Carlos Mª Isidro impugna esta habilitación y así nace el carlismo.

Los liberales, antes perseguidos por Fernando VII, defendieron los derechos de Mª Cristina como regente y los de su hija Isabel.

Y Pérez Galdós va a narrar los inicios de la primera guerra carlista en este Episodio.

En las dos series anteriores (Avalle Arce, 1971)11 había concebido una novela inicial a modo de prólogo general de la serie, en la que se perfilaban los personajes, el plan general de la intriga, los temas y la ideología. Así sucede en Trafalgar y mucho más exagerado el plan en El equipaje del rey José (prólogo de la 2ª serie).

En cambio Zumalacárregui es un episodio aislado, con la muerte de Zumalacárregui y Fago se liquida la carpintería novelística construida para el inicio de la 3ª serie. Apenas quedan cabos sueltos que unir con los otros episodios de la serie; pues Saloma Ulibarri reaparece en Luchana y otros episodios de la 4ª serie, pero con presencia real. Y la Saloma de Fago no está en la acción, sino en la mente del capellán. Sólo aparece al final de la novela para dejar constancia de la crueldad del general carlista.

Galdós, crea un episodio cerrado en sí mismo, con lo que la inmanencia del relato novelesco se corresponde con el fatal aislamiento del caudillo. Nada o casi nada pervive de Zumalacárregui en la 3ª serie; así como nada pervivió de D. Tomás de Zumalacárregui en la guerra de los Siete años.

La estructura y el argumento de Zumalacárregui tienen principio y fin en sí mismos. La figura del caudillo carlista y la de su paralelo en la ficción, cierran con sus muertes las últimas páginas del Episodio. Sin embargo actúa a modo de prólogo, al menos en cuanto a los temas que subyacen en toda la serie: la crueldad inútil del conflicto civil, las anacrónicas ataduras de carlismo con su camarilla clerical, el heroísmo callado del hombre del pueblo, primera víctima inocente de la contienda; y junto a ello el folletín y los ingredientes románticos convertirán a este primer episodio en el pórtico de la 3ª Serie.

Zumalacárregui, por otra parte, fuerza a Galdós a escribir una novela rural, que es el escenario del héroe carlista. Y Galdós se siente incómodo al recrear estos espacios naturales, que algunos ni siquiera había visitado.

El ambiente urbano y la clase media son los fuertes indiscutidos, donde el autor se movía con comodidad; pero al campo se asomó a regañadientes y cuando lo hacía se apoyaba en fuentes librescas. Así cuando en la “Novelas Contemporáneas”se acerca a lo rural (Nazarín y Halma, de 1895), las sitúa en La Mancha y sigue las huellas de Don Quijote.

Pero el país vasconavarro de la guerra carlista, Galdós no lo conoce, y tampoco había modelos literarios a seguir en su época para las descripciones del paisaje. Por eso se esmera en la documentación topográfica y utiliza también la documentación que le envían los corresponsales vascos.

Galdós, como buen liberal, es totalmente contrario al carlismo. Por lo tanto no podemos hablar de imparcialidad en la visión de la historia de la época. Joaquín Casalduero dice que aunque el canario a veces sea imparcial, ello “no quiere decir que sea neutral. Ni por un momento deja de mostrar sus ideas a favor de un régimen de libertad y democracia, aunque tampoco disimula, -y este es su dolor- que el gobierno cristino apenas puede diferenciarse del partido carlista”12.

El autor en todo momento muestra su aversión ante el conflicto bélico, pero sobre todo ante una guerra civil. Lanza una mirada piadosa al sufrido pueblo de España, personificado en la gente sencilla, que, como cuadrillas adventicias o como campesinos enfervorizados, se mueven entre los dos bandos en lucha. Y nos da una visión dolorida del hombre español que no acaba de encontrarse a sí mismo, con simbólica presencia en José Fago.

La primera huella antibélica la encontramos al comentar el narrador la sentencia a muerte de D. Adrán Ulibarri: “tales justicias, que dentro del convencionalismo militar así se nombran” (I, 9).

Pero el alegato más antibélico surge de los labios de Simeón Borra, el ermitaño desorejado, que huyendo de la barbarie se ha refugiado en la ladera del monte Murumendi:

>>Yo les digo que la guerra es pecado, el pecado mayor que se puede cometer y que el lugar más terrible de los infiernos está señalado para los armeros que fabrican fusiles (…). El que guerrea se condena, y no vale decir que se guerrea por la religión<<. (XII, 113-114).



Y si cualquier enfrentamiento bélico era repugnante para Galdós, la guerra carlista que se evoca en Zumalacárregui, no puede ser más odiosa, porque se trata de una guerra civil y por ello fratricida, brutal y feroz.

Más textos nos proporciona el narrador de carácter antibelicista, esto dice del General:



En tan breve tiempo crece y se complementa una figura militar, que sería muy grande si no la hubiera criado a sus pechos la odiosa guerra civil (XXVIII, 260)

¡qué tiempos! ¡qué hombres! Da dolor tanta energía empleada en la guerra de humanos. Y cuando la raza no se ha extinguido peleando consigo misma es que no puede extinguirse (XXIX, 280).



Habla Fago interpretando la voz del pueblo:

La guerra, digo yo, deben hacerla en primera línea aquellos a quienes directamente interesa. Verdad que si tuvieran que hacerla ellos, quizás no habría guerras (XXXII, 302).



Galdós parece darnos un resumen de la 1ª guerra carlista y separa muy bien el carácter del protagonista, su grandeza personal y militar, del resto del carlismo, es decir la corte de aduladores del pretendiente. El final del episodio parece aleccionador: el héroe herido abandona la guerra y se va al reposo de Cegama a morir con los suyos. Parece como si desentendiese de la contienda.

Sin embargo, Galdós no muestra simpatía alguna por la causa carlista. Pero el retrato del caudillo carlista es casi una exaltación; aunque intenta separar al personaje Zumalacárregui de la idea del carlismo.

Lo mismo sucede con el héroe de la ficción, el atormentado Fago, que también se diferencia de los otros clérigos facciosos tanto como Zumalacárregui de los otros generales carlistas.

El encendido responso final que entona Galdós por Zumalacárregui, lo podemos interpretar como la muerte del carlismo. Sería, pues, un réquiem por el hombre y por la causa. Aunque este final, lamentablemente, no coincide con la verdad histórica.



BIBLIOGRAFÍA:



ARENCIBIA, Yolanda (ed.), Zumalacárregui, Publicaciones del Cabildo Insular de Gan Canaria, Las Palamas, 1990.

AVALLE ARCE, Juan B., >>Zumalacárregui<<, en Cuadernos Hispanoamericanos, 250-252, Madrid, 1971.

BONET, Laureano, Galdós. Ensayos de crítica literaria, Editorial Península, Barcelona, 1972.

BOUSSAGOL, >>Sources et composition de Zumalacárregui<<, en Bulletin Hispanique, 1924.

CARDONA, Adolfo, >>Apostillas a los Episodios Nacionales de B.P.G. de Hans Hinterhauser<<, en Anales Galdosianos, III, 1968.

CASALADUERO, Joaquín, Vida y obra de Galdós, Editorial Gredos, Madrid, 1974.

GULLÓN, Ricardo, >>La historia como materia novelable<<, en Anales Galdosianos, V, 1970.

HENNINGSEN, C. F. Zumalacárregui, Espasa-Calpe, Buenos Aires, Argentina, 1947

HINTERHAUSER, Hans, Los Episodios Nacionales de B.P.G., Editorial Gredos, Madrid, 1963.

MONTESINOS, José F. Estudios sobre la novela española del siglo XIX. Galdós III, Editorial Castalia, Madrid, 1972

PÉREZ GALDÓS, Benito, Zumalcárregui, Establecimiento Tipográfico de la Viuda e Hijos de Tello, Madrid, 1900.

  • Memorias de un desmemoriado, Visor Libros/Comunidad de Madrid, 2004
  • Un faccioso más y algunos frailes menos, Alianza Editorial, Madrid, 2005.









1 . Pérez Galdós, Benito, Un faccioso más y algunos frailes menos, Alianza Editorial, Madrid, 2005. pp. 242-243

2 . Pérez Galdós, Benito, Zumalacárregui, Establecimiento Tipográfico de la VIUDA E HIJOS DE TELLO, C) San Francisco, 4, Madrid, 1900, 2000 ejemplares. Todas las citas textuales serán de esta edición, indicando el capítulo y la página, p. 5

3 . OP. Cit. Memorias de un desmemoriado, p. 104

4 . Montesinos, José F., Estudios sobre la novela española del siglo XIX. Galdós III, Editorial Castalia, Madrid, 1972, p. 16

5 . Pérez Galdós, Memorias, O. Cit. pp. 105-106

6 . Boussagol, >>Sources et composotion de Zumalacárregui<<, en Bulletin Hispanique, 1924, 241-264.

7 . Cardona Rodolfo, en >>Apostillas a los Episodios Nacionales de B.P.G. de Hans Hinterhauser<<, en Anales Galdosianos III, 1968, pp.119-142

8 . Henningsen, C. F., Zumalacárregui. Campaña de doce meses por las provincias vascongadas y Navarra Espasa-Calpe, Buenos Aires, Argentina, 1947 (2ª edición). Traducción y prólogo de Román Oyarzun (Madrid, 1935)

9 . Montesinos, José F. Galdós, III, Editorial Castalia, Madrid, 1972, p. 24

10 . Arencibia, Yolanda, en el Prólogo de Zumalacárregui de Galdós, Ediciones del Cabildo Insular de Gran Canaria, 1990 (pp. 38-39)

11 . Avalle Arce, Juan Bautista, >>Zumalacárreegui<< en Cuadernos Hispanoamericanos, nª, 250-252, 1971, p. 359

12 . Casalduero, Joaquín, Vida y obra de Galdós, Editorial Gredos, Madrid, 1974, (p. 139)

martes, 30 de mayo de 2017

Análisis y significado de VERGARA de Pérez Galdós


 

    


                                                           Baldomero Espartero
                                                



 
                                                                         
                                                                     Rafael Maroto
 
 
 
 
 
 
 
 
INTRODUCCIÓN



Los Episodios Nacionales ocupan aproximadamente la mitad de la obra galdosiana y constituyen la primera y la última de las etapas de su carrera literaria. Los 46 episodios están formados por cinco series de narraciones. Las cuatro primeras de diez títulos y la última, ya en los años de vejez del autor, por sólo seis.

Los 46 episodios abarcan setenta y cinco años de la historia de España, desde 1805 (Trafalgar) hasta 1880 (Cánovas). La primera serie se publicó entre 1873-1875; la segunda de 1875-1879 y tras diecinueve años de silencio publica la tercera serie de 1898-1900; la cuarta de 1902-1907 y la quinta de 1907-1912.

Así explica Galdós en sus memorias la génesis de los Episodios:



Siento pasar el 70, 71, y a mediados del 72 vuelvo a la vida y me encuentro, sin saber por qué sí o por qué no, preparaba una serie de novelas históricas, breves, amenas. Hablaba yo de esto con Alvareda, y como le decía que no sabía qué título poner a esta serie de obritas, José Luis me dijo:

- Bautice usted esas obritas con el Nombre de Episodios Nacionales. Y cuando me preguntó en qué época pensaba iniciar la serie, brotó de mis labios, como una obsesión del pensamiento, la palabra Trafalgar.1



Pérez Galdós tiene un propósito general con la escritura de los Episodios:”Presentar en forma agradable los principales hechos militares y patrióticos del periodo más dramático del siglo, con objeto de recrear (y enseñar también, aunque no gran cosa) a los aficionados a esta clase de lecturas”.2

Nuestro novelista fiel siempre a la máxima: historia magistra vitae, descubre su preocupación política ante los hechos y conflictos tan cercanos de la España que le tocó vivir. Y además de su propósito ejemplificador, revela sus consideraciones personales sobre los hechos, sus firmes convicciones liberales, su antibelicismo y su amor al pueblo español.

Los Episodios Nacionales no son historia propiamente dicha, sino novela histórica, utilizada en ocasiones como fuente histórica. Pero, ¿ cómo se fusionan la historia y la ficción?; pues esto dice Galdós en 1910, cuando estaba trabajando en Amadeo I: “Ahora estoy preparando el cañamazo, es decir, el tinglado histórico…Una vez abocetado el fondo histórico y político de la novela, inventaré la intriga”3.



Parece deducirse de esta declaración, que lo primario en el proceso de creación es la visión histórica, y que la novela, la ficción es un ensamblaje a posteriori. Así opinan algunos críticos como Pedro Laín Entralgo y Gómez de Baquero.

Hans Hinterhauser afirma que si bien en el conjunto de los Episodios tuvo presente lo histórico como punto de partida, sin embargo, “la primera preocupación artística del novelista debió ser lograr una simbiosis entre historia y ficción”4.

Ricardo Gullón resuelve la cuestión entre lo histórico y lo novelesco de esta forma:



Que los Episodios Nacionales no son historia sino novela es una verdad incuestionable, sólo controvertible desde otra certeza, muy difundida y aceptada, que pudiera enumerarse así: en ninguna obra puede aprenderse mejor la historia de España que en los Episodios Nacionales5.



En efecto, Galdós, consulta las fuentes históricas: libros de historia, crónicas, diarios y hasta a algún testigo superviviente de los hechos. Pero el novelista, que si bien es fiel a los hechos, a su vez, manipula esos materiales, escogiendo unos, desechando otros y magnificando algunos.

La trama novelesca juega un doble papel. Por un lado se funde con la historia para actuar de contrapunto (Fago-Zumalacárregui). Por otro la historia como marco y cuadro temporal de los hechos, y la trama como espejo del trasfondo social de los mismos. El lector sabe que tiene en sus manos una novela, aunque vea en ella su preocupación por la historia reciente de España, y quizá le incite a consultar un manual de Historia o una monografía.



GÉNESIS DE LA TERCERA SERIE



Al final de Un faccioso más y algunos frailes menos, último episodio de la 2ª serie, hace Galdós esta declaración:



Basta ya. Aquí concluye el narrador su tarea, seguro de haberla desempeñado imperfectamente (…). Los años que siguen al 34 están demasiado cerca, nos tocan, nos codean, se familiarizan con nosotros (…). Quédese, pues, aquí este trabajo, sobre cuya última página (…) hago juramento de no abusar de la bondad del público, añadiendo más cuartillas a las diez mil y pico de que constan los Episodios Nacionales. Aquí concluyen definitivamente éstos6.



No obstante, diecinueve años más tarde, en 1898, inicia con Zumalacárregui la 3ª serie de sus interrumpidos episodios, que continuaría con dos series más. Así justifica, Galdós, la continuación de los EE. NN. en las primeras líneas de Zumalacárregui:



Al terminar Un faccioso más y algunos frailes menos, la segunda serie de los Episodios Nacionales, hice juramento de no poner la mano por tercera vez en novelas históricas. ¡Cuán duramente veo ahora que esto de jurar es cosa mala…! (…). A los diez y nueve años, no justos, de aquel juramento, los amigos que me favorecen, público o lectores, (…) me mandan quebrantar el voto, y lo quebranto; me mandan escribir la Tercera Serie de episodios, y la escribo7.



A pesar de estas declaraciones, la mayoría de los estudiosos señalan que fueron razones económicas las que le empujaron a escribir esta Tercera Serie. El mismo Galdós confirma en sus Memorias, que había quedado arruinado con los gastos del juicio con su socio editor, Miguel de la Cámara:



Ved aquí lo más esencial del laudo (que dictó don Gumersindo de Azcárate): En primer lugar me reconocía la total propiedad de mis obras (…). Disuelta la sociedad, el laudo me imponía la obligación de abonar a mi contrario una parte bastante crecida de la liquidación por anticipo que mi socio me había prestado. Por tal concepto yo tenía que pagar a toca teja ochenta y dos mil pesetas.8



Sin embargo no fueron sólo razones económicas las que empujaron a Galdós a escribir esta 3ª serie. Se sumaron, también, a las razones económicas, condiciones ideológicas personales y preocupación patriótica. Hinterhauser, (1962, p. 51), valorando la explicación económica, añade dos razones coadyuvantes: la posición ideológica y las circunstancias históricas, que dieron lugar a la crisis del 98, que ya estaba a las puertas. Y además pretendía en su nueva serie: “disecar la sociedad contemporánea desde un punto de vista histórico, ético y crítico nacional”. José F. Montesinos admite las razones económicas junto a las patrióticas: “una meditación amarga, desesperada, sobre las torpezas, tal vez evitables, pues emanaban del mismo ser español”9.

Galdós abre, pues, la 3ª serie con Zumalacárregui en la primavera de 1898 y a finales de 1900, la cierra con Bodas reales. Parece que don Benito hubiera vuelto a su pujante juventud. Además esta 3ª serie refleja la experiencia de Galdós como novelista, ofreciendo más variedad en cuanto a temas y personajes. Las dos primeras series presentaban un personaje único en torno al cual se desarrollaba la trama novelesca inmersa en el hecho histórico, en cambio en esta tercera serie no puede hablarse de un protagonista único, ya que Fernando Calpena, es protagonista en algún episodio (Mendizábal, De Oñate a La Granja, Vergara) y en otros ocupa un papel relevante (Luchana, La campaña del Maestrazgo, La estafeta romántica); pero en otros no aparece, como en Zumalacárregui, y Bodas reales. Así mismo destacan como protagonistas otros personajes como D. Beltrán de Urdaneta, Santiago Ibero o figuras históricas como Zumalacárregui, Mendizábal, Cabrera Espartero o Maroto.

Lo que sí dice, Galdós, en sus Memorias, es que una vez concluido el laudo con su socio :

Viéndome dueño de mis obras, resolví establecerme como editor de ellas en el número 132 de la calle Hortaleza, piso bajo (…). El considerable desembolso que tuve que hacer para liquidar las resultas del pleito obligome a sacar de mi caletre los elementos necesarios para salir del paso. Como el trabajo no en arredraba, al contrario, era mi mayor delicia, acometí la tercera serie de los Episodios Nacionales (O. cit, p. 105)



Don Benito, pues, comienza a escribir el primer episodio de esta tercera serie en abril de 1898: Zumalacárregui. Galdós en sus Memorias nos da noticia del viaje que hizo por Navarra y Vascongadas al efecto:



Queriendo documentarme para el estudio de esta figura y de otras, acudí a mi amigo don Juan Vázquez de Mella (…).Amable en extremo don Juan, me dio cartas para visitar diferentes pueblos y personas de Guipúzcoa, Vizcaya y Navarra. Con las cartas (…) me dirigí a Cegama, Azpeitia, Pamplona, Puente la Reina, Estella, Viana y otras poblaciones que fueron teatro de las guerras civiles. En Cegama visité a don Miguel Zumalacárregui, sobrino carnal del famoso caudillo, que murió en aquella villa el 24 de junio de 1835, al volver malherido del primer sitio de Bilbao. El bondadoso y simpático don Miguel me recibió en su casa (…), mostrándome la estancia en que su tío entregó su alma a Dios. Vi la cama, cubierta con una colcha de damasco amarillo. Completaban el decorado de la alcoba las armas y el retrato del héroe10.



Para el resto de la geografía de Navarra Galdós utiliza el Diccionario geográfico de Pascual Madoz, y no comete errores de relevancia.

A veces un corresponsal le envía datos concretos sobre una villa, como señala Rodolfo Cardona en >>Apostillas a los Episodios Nacionales de Hinterhauser<<, en Anales Galdosianos III, 1968, pp. 119-142, en las que el profesor Cardona aporta un número considerable de materiales desconocidos que arrojan bastante luz sobre la elaboración de los Episodios. En concreto tiene interés el plano de Oñate, que Galdós guardaba entre sus papeles y se lo había enviado don José Mª de Aguirre, seguro un erudito local, que le informó con exhaustividad.

También contó Galdós con fuentes librescas: libros y folletos políticos, estudios de costumbres y periódicos en los que podía encontrar la información histórica y la materia novelable, entre ellos: Historia general de España de Modesto Lafuente; Estudio histórico de las luchas políticas del siglo XIX (1899-1880) de A. Fernando de los Ríos, Historia de Cabrera y de la Guera Civil en Aragón, Valencia y Murcia (1845) de D. Calvo Rochina y la Historia de la guerra civil de Antonio Pirala.

Sobre personajes manejó los tomos de Galería de personajes célebres contemporáneos (1841-1845) de Nicomedes Pastor Díaz y F. de Cárdenas, Vida y hechos de Zumalacárregui (1845) de Zariategui, Espartero: Historia de su vida militar y política y de los grandes sucesos contemporáneos (1843-1845) de José Segundo Flórez y la autobigrafía del general Fernández de Córdova, Memorias íntimas (1886).

La crítica también ha señalado otras fuentes de tipo artístico entre las que destaca la pintura como Lectura de José Zorrilla en el estudio del pintor de Esquivel, la Orgía de Cabrera y los suyos en Burjasot de Manuel Miranda ( los carlistas vistos por los liberales) o El abrazo de Vergara y los retratos de los generales carlistas Zumalacárregui, Ramón Cabrera y Rafael Maroto y del general cristino Baldomero Espartero y por último los retratos de la reina regente, María Cristina de Nápoles, Isabel II y Carlos Mª Isidro, el pretendiente, hermano de Fernando VII.



Con este acopio de fuentes Galdós comienza a escribir el primer episodio de la serie en abril de 1898: Zumalacárregui, pero ya tenía en la mente los nueve títulos más que configuran esta tercera serie: Mendizázbal, de Oñate a La Granja, Luchana, La campaña del Maestrazgo, La estafeta romántica, Vergara, Montes de Oca, Los Ayacuchos y Bodas reales.


Los cinco primeros episodios fueron escritos en un año. Así, Zumalacárregui: abril-mayo 1898; Mendizábal: agosto-septiembre 1898; De Oñate a La Granja: octubre-noviembre 1898; Luchana: enero-febrero 1899 y La campaña del Maestrazgo: abril-mayo 1899.

Los otros cinco, don Benito los fue escribiendo sin descanso durante un año y dos meses. La estafeta romántica: julio-agosto 1899; Vergara: octubre-noviembre 1899; Montes de Oca: marzo-abril 1900; Los Ayacuchos: mayo-junio 1900 y Bodas reales: septiembre-octubre de 1900.

Fue el propio Galdós quien, recuperados los derechos de autor, editó esta tercera serie por su cuenta con esta razón social: MADRID. OBRAS DE PÉREZ GALDÓS, C) HORTALEZA, 132. Impresos en Madrid por Establecimiento Tipográfico de la Viuda e Hijos de Tello y además con el sello de BENITO PÉREZ GALDÓS en tinta azul debajo del Copyright: “Es propiedad. Queda hecho el depósito que marca la ley. Serán furtivos los ejemplares que no lleven el sello del autor”11

La cronología que abarca esta tercera serie es de 1883 a 1846, periodo agitado de la vida española, que incluye la primera guerra carlista durante la Regencia de Mª Cristina y su finalización con el Convenio de Vergara, la Regencia de Espartero, su caída, la mayoría de edad de Isabel II, la subida al poder de Narváez, que inaugura la década moderada y el matrimonio de la reina (Bodas reales).



VERGARA

 
 
                                                                                                               
                          
                         
                                                                      Portada de la 1ª edición, 1899
 
 
                                                         
 
                                                                     
Comienza este 7º episodio siguiendo la estela del episodio anterior, La estafeta romántica, todo él epistolar, con 10 cartas: dos de D. Pedro Hillo (sacerdote castrense del ejército cristino) a los Sres. de
Maltrana en las que les informa de su participación en los últimos auxilios a diez desdichados, mandados fusilar por el general Espartero por sediciosos y asesinos del general isabelino Ceballos de la Escalera. Uno de ellos resultó ileso por azar; entonces Pedro Hillo intercede y los capitanes piden el indulto a Espartero, que lo concedió en el acto. El afortunado era el bilbaíno Buenaventura (el nombre es significativo) Iturbide, al que, una vez indultado, metieron en la cárcel.

A continuación viene una carta de Pepe Iturbide (hermano de Buenaventura) a su padre Casiano Iturbide de Bilbao. Y Galdós comienza a urdir la primera subtrama del episodio relacionando a Pepe Iturbide con Zoilo Arratia y con Eustaquio de la Pertusa.

Pepe Iturbide se encuentra en la cárcel junto con Zoilo Arratia (Luchu) y Eustaquio de la Pertusa, aragonés fuerista y colaborador de los carlistas. Estos tres sujetos están en la cárcel por desertores y espías de los carlistas. También le informa que su hermano Ventura (el resucitado) se encuentra en la misma cárcel y pide a su padre que use sus influencias ante los generales Van-Halen y Espartero para que los liberen.

Fernando Calpena escribe tres cartas a su madre doña Pilar de Loaysa, éste y el presbítero D. Pedro Hillo se encuentran en Vitoria hospedados en casa del canónigo Sr. de Socobio. En estas cartas informa a su madre de la vida cotidiana, más que de asuntos políticos. No obstante recibe una carta del encarcelado Zoilo Arratia, esposo de Aura (antiguo amor de Calpena), en la que le pide que use sus influencias para liberarle de la cárcel y celebrar un duelo romántico. Calpena le confiesa a su madre que el contenido de la carta no le afecta, porque ya ha superado esa etapa y ha descubierto que “la felicidad es clásica.” En la carta también le habla de D. Esutaquio de la Pertusa, que estuvo preso en la cárcel de Miranda junto con Zoilo Arratia y José Iturbide. D. Eustaquio está libre y los otros continúan en prisión y es el autor caligráfico de la carta retadora de Zoilo.

Este de la Pertusa es un desertor múltiple, tanto de la causa de Isabel como de la Causa de D. Carlos; y ahora está afiliado a las banderas de la paz; trabaja por la terminación de la guerra con pactos. D. Eustaquio está libre porque tiene buenas relaciones en ambos bandos y sus compañeros siguen presos, porque no tienen quien les ampare. Ante esta injusticia F. Calpena le promete a su madre que volverá a Miranda a poner en libertad a los dos inocentes: Zoilo y José.

Don Eustaquio de la Pertusa- dice Calpena a su madre- estudió para cura, recibió las órdenes menores y dejó la iglesia por las armas, militó en las filas de los urbanos y luego en las de Cabrera; y por su paso por el seminario recibió en apodo de El Epístola.

Hay una única carta de doña Pilar Loaysa a su hijo fechada en Madrid, enero de 1938 en la que invita a su hijo a que logre la libertad de Zoilo Arratia.

Una novena carta de D. Beltrán de Urdaneta a F. Calpena, Villarcayo, enero, en la que le recuerda el fusilamiento de los 9 en Miranda y le informa de la toma de Morella por los carlistas de Cabrera.

Y una décima y última carta de don Beltrán de Urdaneta a F. Calpena, La Nestosa, febrero. Don Beltrán le nombra con el hipocorístico: Chiquio y le habla de la toma de Balmaseda por Espartero con quien conversó una media hora y le preguntó por él y parece que prepara el futuro protagonismo de Calpena en el episodio.

Termina, pues, la colección de cartas y un narrador omnisciente en 3ª persona toma la palabra.

Esto dice el narrador:

Agotada la colección de cartas que un Hado feliz puso en manos del narrador de estas historias, (lo que no ha sido flojo alivio de tan rudo trabajo), su afán de proseguirlas revistiendo de verdad la invención y engalanando lo verdadero (…) Favorecido de otro Hado benéfico, de los muchos que andan entre gente de pluma, tuvo las suerte de adquirir en su primera salida conocimientos muy útiles, y allá van del magín al papel.12

Y entran, de nuevo, en escena F. Calpena y Pedro Hillo, que abandonan Vitoria y se dirigen a Briviesca donde se encontraron Pilar Loaysa, condesa de Arista y madre de Calpena, como tenían concertado. Doña Pilar iba a instalarse en Medina de Pomar. Convinieron que D. Pedro Hillo no le acompañara por tener la salud quebrantada. No obstante doña Pilar agregó a la servidumbre de Calpena a Juan Urrea, joven guipuzcoano, conocedor de la topografía del país, así como de Navarra y la Rioja Alta.

Regresó F. Calpena a Miranda con el deseo de liberar a Zoilo Arratia. Se entrevistó con O´Donnell y después de arduas negociaciones entró en la cárcel de Miranda con la orden a raja tabla de libertad para los presos Zoilo Arratia y José Iturbide.

Aquí empieza la resolución de una de las tramas que viene del episodio anterior: La estafeta romática, el triángulo amoroso formado por Aura, Zoilo Arratia y F. Calpena.

José Iturbe pone en conocimiento de Calpena que Zolio se casó con Aura el día de la toma de Luchana y se marchó con ella a vivir a Bermeo. Por otra parte Aura se enteró que F. Calpena vivía y se trastornó con la noticia, se escapó y tardaron un mes en encontrarla en unas condiciones deplorables.

Zoilo Arratia interceptó la carta de Calpena a Aura y cuando la leyó se perturbó más que su mujer y decidió venir a Miranda para proponerle que se hiciera el muerto otra vez y así su mujer, Aura, entraría en razón y pudieran vivir en paz. F. Calpena le dice que tenga paciencia que el tiempo todo lo cura, además ya no te la disputo.

Una moneda al aire ( la cara, La Guardia y la cruz, Treviño) decidió que Calpena, Zoilo Arratia, José Iturbide, Sabas y Urrea se drigieran a La Guardia.

Se estaba preparando con fortificaciones Peñacerrada por los carlistas, que por su posición topográfica era una fortaleza natural. La expedición de Calpena se encuentra con la columna de Santiago Ibero, que está limpiando de facciosos los caseríos de la sierra de Toloño y se une a ella. Pronto se encuentran con el general Martín Zurbano.

Por orden del general Zurbano, los cinco expedicionarios se enrolan en su división como soldados cristinos, si quieren disfrutar de alimentos y amparo, que en breve recibió la orden de reunirse con el ejército de Espartero con objeto de atacar Peñacerrada, plaza bien fortificada por los carlistas al mando del general Guergué, que después de duros combates será tomada por las fuerzas de Espartero.

Depués de la toma de la plaza, don Baldomero fijó su cuartel en Baroja. Mandó llamar a F. Calpena y hablaron largamente de la situación de su madre en Medina de Pomar.

Zoilo Arratia demostró su arrojo y valentía, de tal modo que Zurbano le dijo: “Eres capitán”. Calpena era consciente de la valentía de Zoilo y le recomienda que no se exponga tanto, que tiene el compromiso de entregarle a a su familia, sobre todo a Aura, sano y salvo. Zoilo le confiesa. “Cómo hemos venido a ser amigos usted y yo” (p. 115), con lo cual el tópico romántico se desvanece aún más y se produce el primer abrazo.

Espartero se va a Logroño a ver a su esposa; pero deja recado que quiere hablar con Calpena para un asunto muy importante.

 
 
                                                             
                                                                   Carlos Mª Isidro
 
 
Como consecuencia de la derrota de Peñacerrada, D. Carlos Mª Isidro, el pretendiente, nombró General del ejército del Norte a D. Rafael Maroto, en sustitución de Guergué.

Maroto se estableció en Estella y reorganizó los batallones y dio ánimo a los de Labrada para que se defendieran con denuedo y vigor, que él iría en su socorro y se batiría con el otrora compañero de fatigas americanas (guerras de independencia) Baldomero Espartero, pero no hubo tal enfrentamiento.

Regresó Espartero a Viana y F. Calpena solicitó audiencia a Espartero, que le fue concedida al instante y fue invitado a cenar. Después de la cena hablan en privado y después de ensalzar sus buenas cualidades, le comunica que quiere encargarle una misión, pero no le dice cuál, por el momento.

Por fin Espartero le encarga la misión a Calpena. Primero tiene que incorporarse a las fuerzas de Diego de León. Después un arriero, Martín Echaide, que comercia y vende a los soldados de uno y otro bando, declarado neutral, le entregará un mazo de puros habanos. Martín Echaide le dirá: “D. Fernando, vámonos” y tendrá que seguirle y, por supuesto, disfrazarse de arriero y su criado también y se encaminan a Logroño. En una aldea, D. Fernando y su criado Urrea emplearon gran parte de la noche en disfrazarse de buhoneros, con las ropas que Echaide les facilitó. Asimismo se cambiaron el nombre, D. Fernando en Aquilino Orcha, “Quilino”, natural de Briviesca y Urrea en Francisco “Muno”.

Componían la cuadrilla de Martín Echaide 4 personas: Echaide, El Santo Barato (de 60 años), “Quilino” y Francisco Muno, dos mulos y dos borricos más la mercancía. La 'comitiva' llegó a Estella una tarde de octubre y Calpena tomó nota de la situación política en el bando carlista. Echaide colocó la carga y tomó otra.

Siguieron camino de Oñate hacia Vergara, donde estaba acuertalado el ejército de Maroto.

Martín Echaide le entregó 4 botellas de aguardiente para que se las llevara a una señora muy principal, doña Tiburcia Esnaola, en cuya casa estaba el general Maroto, que ante la contraseña. “Inquisivi”, le manda pasar. No se informa al lector del contenido de la conversación.

Partió, de nuevo, la comitiva para Logroño a dar nuevas a Espartero y a media legua de Logroño, Echaide le dice a Quilino y a Urrea, que se quedaran a dormir en una venta, mientras él avisaba a Espartero, que le dio orden que le esperasen en Fombona, en una finca propiedad de doña Jacinta , su mujer.

Espartero y Calpena conversan paseando por el jardín de la finca y el contenido de la conversación no se muestra en su totalidad. Espartero apunta que no puede admitir que D. Carlos conserve los honores de rey y su mujer de reina, tampoco puede admitir todos lo grados del ejército carlista, si acaso la mitad. No obstante le insta a que vuelva con una nueva embajada con unas condiciones más afinadas para que la negociación de paz llegue buen puerto.

En Durango F. Calpena se encuentra con D. Eustaquio de la Pertusa, el “Epístola”, quien le conoce a pesar del disfraz. Conversan y Calpena le dice que su estancia en Durango de debe a un asunto amoroso: la búsqueda de Aura, esposa de Zoilo Arratia. Pertusa le dice que Aura se encuentra en el barrio de Curuciaga y hasta allí le conduce.

Pertusa hacía proselitismo por “Paz y fueros”, conspiraba.

Una vez más Galdós muestra su habilidad en componer tramas y combina la actividad política de Calpena con sus inquietudes personales (Zoilo-Aura).

Pertusa y Calpena van a visitar a dos señoras sesentonas, que viven cerca de Aura. ”Las niñas de Morentín”, doña Rita y doña Marta, de la Causa naturalmente, que reconocen a Calpena y les dice que trae un encargo para las señoras de D. Beltrán de Urdaneta, a quien conocían del año 1805 en Tudela. El encargo en cuestión consistía en una dádiva de la herencia de D. Beltrán y a las dos señoras les corresponde una onza (una pelucona).

No conformes con el traje y la educación las dos hermanas, Calpena les confesó, que iba disfrazado de esa guisa para disimular la cantidad de dinero que portaba. Una vez convencidas las hermanas les piden hospedaje para una noche con el fin de observar en la casa contigua a Aura y efectivamente Aura aparece con un hijo en brazos.

El niño era el vivo retrato de Zoilo Arratia. Aura ha curado su desvarío dando vida a otro ser.

Pertusa y Calpena conversan con la niñas de Morentín y se despiden con intención de volver, pero D. Fernando da por concluido el asunto, que fue avistar a Aura curada con su retoño.

Calpena y Pertusa se separan. D. Fernando va al parador de Pinondo a reunirse con Urrea y Echaide. Se dirigen a Vergara, donde había llegado Maroto con su ejército y el pretendiente con su corte errante. Se produce una entrevista entre el rey y Maroto con resultado nulo por la indecisión del monarca pretendiente.

“Quilino” va a entrevistarse con Maroto con un barrilito de aceitunas para la señora doña Tiburcia Esnaola. Le abre una criada y la señora le presentó un papel con la contraseña: “Inquisivi” y debajo: “Aquí no puede ser. Váyase a Estella” (p. 229). Así pues, parte, de nuevo, la cuadrilla de arrieros para Estella.

Calpena intenta localizar a Zoilo Arratia, enrolado en la división de Zurbano; pero fue apresado, el ya capitán bilbaíno, por los carlistas con otros 10. Su padre D. Sabino Arratia también andaba buscándole y moviendo influencias para llevarlo a casa.

Ya cerca de Estella, se enteraron que había entrado Maroto con su ejército y había un gran revuelo producido por los “impostólicos” en contra de Maroto. El motivo fue que habían interceptado unos papeles en los que se decía que Maroto y Espartero firmaban la paz, transigiendo Espartero con los grados militares y Maroto aceptando la Constitución.

Pero Maroto sofocó la rebeldía, nunca mejor dicho, “manu militari”, pasando por la armas a los generales Guergué, García y Sanz, el Brigadier Carmona, el Intendente Uriz y el oficial D. Luis Ibáñez.

 
 
                                                                    
 
 
Calpena sigue con la obsesión de Zoilo Arratia y busca a su padre, D. Sabino, que lo encuentra rezando en el Santuario del Puy. El padre de Zoilo reniega de la guerra y dice. “Y todo por un papelito, la Pragmática Sanción” (p. 238). Zoilo está preso en el Santo Hospital, le dice el padre a Calpena.

Echaide acompañó a Calpena a la residencia de Maroto y entró “Quilino” con una caja de puros abierta y dentro un papel que decía: “Inquisivi”.

Maroto, recién levantado, recibe a Calpena, que como emisario de Espartero, le expuso sus condiciones. Maroto le propone que D. Carlos abdique en su hijo Sebastián, que gobernaría al alimón, con su prima Isabel, algo inaceptable para Espartero. Sin embargo hay necesidad del cese de la guerra y que se produzca el abrazo entre los dos espadones.

De la entrevista Calpena consigue una orden a raja tabla de Maroto para excarcelar a Zoilo Arratia . Avanza, pues, la subtrama amorosa hacia su resolución.

Encontró a D. Sabino Arratia durmiendo en el parador y medio delirando, con lo que decidió liberar él mismo a Zoilo. Martín Echaide le dijo que no se dejara ver en el asunto y encarga a Urrea, que vaya con la orden al Hospital y sin ninguna dificultad trajo a Zoilo del brazo, que, en seguida, conoció a Calpena, a pesar del disfraz.

Tomó alimento, descansó y Calpena le comunica que su mujer Aura está curada y, además, es padre y vive en Durango. También le presentó a su padre, que con emoción se abrazaron y partieron para Durango. Aquí se produce otro abrazo del episodio.

Regresa la comitiva buhonera a Logroño y avisan a Espartero si puede recibir a Calpena en Fombera; pero Espartero ordenó que D. Fernando ya podía quitarse el disfraz y visitarle en el palacio de la plazuela de San Agustín.

Fue invitado a comer por Espartero y a la hora del café bajaron al jardín a parlamentar.

Don Baldomero no se cree las componendas de los dos reyes de Maroto, que lo que quiere es una situación de ventaja para dictar una paz con los fueros.

Espartero da la orden a su ejército de partir al encuentro de Maroto. En premio a sus buenos servicios le lleva a ver a su madre, que está en Medina de Pomar. Allí la saluda y la abraza (nuevo abrazo del episodio).

Comienza una fuerte ofensiva contra el ejército de Maroto, dirigida por O' Donnell y con la participación del propio Espartero. Tenían cercado Guardamino, cuando Espartero recibió un emisario de Maroto con las condiciones para rendir el fuerte: entrega de su artillería, municiones, pertrechos y víveres y después canjear el mismo números de liberales por facciosos. Gran victoria, pues, de Espartero.

Maroto se internó en Vizcaya y Espartero fijó en Ramales su Cuartel General.

Larga entrevista de Calpena, sin disfraz, con un Maroto abrumado, indeciso y propicio a la paz honrosa.

Se celebra una entrevista a finales de junio en Miravalles entre Maroto y Lord John Hay, que tiene instrucciones de su gobierno para proponer la paz a Espartero; pero no hubo acuerdo de paz.

Maroto propuso a Espartero por el conducto del Comodoro Hay, el cese de las hostilidades. Espartero no aceptó y dirigió su ejército desde Amurrio hasta Vitoria. Venció en Villarreal y limpió de facciosos todas aquellas alturas.

Se dirigieron a Oñate, cuna y sepulcro de la Causa. Avanzó Espartero hasta Durango y entró en la villa sin pegar un tiro.

Apareció en Durango D. Eustaquio de la Pertusa y le informa que los Arratia se han ido para Bilbao.

Espartero ordenó a Calpena que fuera al Cuartel General de Maroto y se instalara allí.

Se produce un encuentro entre el rey Carlos y Maroto. El rey le dice que tienen que hablar. Maroto le contesta que tiene los cuerpos formados y tiene que dar una orden muy precisa y regresa a Villarreal.

Fernando Calpena se entrevista con Maroto con la consabida contraseña: “Inquisivi”. El general carlista le pide opinión si debe ir a la entrevista prometida al rey Carlos V. Calpena le contesta que sí. Maroto acudió a la cita real y le hizo demostraciones de lealtad a la Causa.

Llegó Zabala, conocido de Calpena, con la orden de Espartero de parlamentar con Maroto, que se negó a recibirlo. Largo tiempo le llevó a Calpena convencer al General y al fin accedió.

Por fin el día 25, a las seis de la mañana se reunieron en la venta de Abadiano, entre Durango y Elorrio, D. Baldomero Espartero con el brigadier Linaje y el coronel inglés Wilde por el bando constitucional y D. Rafael Maroto y el general Urbistondo por el bando absolutista. No hubo acuerdo, porque se querían imponer los fueros.

Volvió Maroto a Guipúzcoa y de improviso se presentó el Rey con su escolta en el Cuartel General, mandó formar a los batallones, pasó revista y les arengó. Soltó su perorata, que traía bien aprendida; pero no hizo impacto en la tropa, que lo que quería era la paz.

Don Carlos reúne a su Consejo de adictos y opinan que debe situarse en un punto cercano a la frontera para poner a salvo su persona.

Calpena y Uhagón acuden a visitar a Maroto, el día 26, después de la revista real y le encuentran turbado y apocado e intentan convencerlo para que firme el convenio.

Maroto, en su desvarío, mandó marchar a los negociadores con amenaza de muerte; pero en esto entra en escena el general Simón de la Torre, que informado del estado de Maroto, les tranquilizó en cuanto a sus vidas.

Torre y Maroto conferenciaron y salieron con sus tropas para Azpeitia.

Espartero avanzaba por el interior de Guipúzcoa; había entrado en Vergara, donde le acogieron con deseosas demostraciones de paz.

Maroto de Vergara pasó a Oñate, donde le recibieron con palmas. En Villarreal se presentó el Conde de Negri con una orden del Rey para que entregase el mando; cosa que ni Maroto ni de la Torre hicieron el menor caso en aquella situación. Con lo cual el Rey tomó el camino de la frontera francesa.

Ante esta presión del Rey, Maroto, Torre y Urbistondo toman la decisión de firmar el convenio de paz, que se había presentado de Abadiano.

Maroto que está dispuesto a la paz, duda que la acepten algunos cuerpos de ejército, sobre todo los guipúzcoanos. Calpena (siempre negociador) le advierte, que antes de firmar debe hablar con los jefes y oficiales y explicarles las condiciones de paz.

Llegaron de Oñate, Torre y Urbistondo con Zabala y Linaje con el convenio, que Maroto firmó en el acto.

Asimismo la doble comisión le propuso, que al día siguiente, el 30 de agosto, se reunieran en Vergara, los dos ejércitos con sus caudillos al frente, para dar forma solemne a la firma de la paz: el llamado ABRAZO DE VERGARA.

Se entrevistan Maroto y la Torre con Espartero; y Maroto le dice que las tropas se niegan a cumplir lo pactado, si no se respetan los Fueros provinciales en su integridad. Espartero se frustra, pero la Torre se compromete en 24 horas a convencer a los vizcaínos y ayudado por Urbistondo y el Brigadier Iturbe logran convencer a las tropas después de leerles el art. 1º de Convenio: “El General Espartero recomendará al Gobierno el cumplimiento de su oferta de comprometerse (…) a proponer a las Cortes la concesión o modificación de los Fueros” (p. 323).

Simón de la Torre trataba de reducir a los vizcaínos, Urbistondo a los castellanos; pero el Brigadier Iturbe no logró convencer a los guipuzcoanos, que enterados de la vaga promesa del art. 1º, se negaron a firmar, gritando, ¡traición, traición! Hubo que convencerlos uno por uno a jefes y oficiales..

Al fin el 31 de agosto desfilan hacia Vergara los batallones reacios, precedidos de los castellanos.

A las afueras de Vergara, en una campa, formó el ejército de Espartero y ante él fue desfilando el ejército faccioso. En un momento dado apareció Espartero con su Estado Mayor, mandó a sus soldados armar bayonetas y otro tanto hizo Maroto. Espartero con voz marcial arengó a las tropas, terminando así: “Abrazaos, hijos míos, como yo abrazo al general de los que fueron contrarios nuestros. Juntáronse los dos caballos, los dos jinetes, inclinando el cuerpo uno contra otro, se enlazaron en cordial apretón de brazos” (p.326),. Con este acto terminaban seis años de guerra civil.

 
 
 
                                                                             
                                                              El Abrazo de Vergara
 
 
 
 
Don Carlos Mª Isidro, los mismos días 30 y 31 de agosto, seguía emitiendo proclamas desde Andoaín y Lecumberri, acusando a Espartero de rebelde y a Maroto de traidor.

Y lógicamente al conocer la firma de la paz se produjo la desbandada y “sálvese quien pueda”. La Corte y sus fieles seguían en Elizondo y Espartero, incansable, les persiguió. El batallón cántabro, último en la fidelidad, defendió con bravura las posiciones de Urdax, que fueron rendidas por Zabala, dando por terminada en la misma frontera (en Dancharinea) la guerra del Norte.

El Rey y la Reina, familia y servidumbre emprendieron la fuga para refugiarse en Francia. Seis años antes había entrado D. Carlos por el mismo lugar, siendo recibido por Zumalacárregui.

Fernando Calpena y Santiago Ibero, militar romántico, testigos de la última refriega de los valientes cántabros, no pudieron más que alabarles. De regreso al Cuartel General de Espartero en Elizondo expresaron su alegría por el término real de la guerra civil; pero se muestran escépticos respecto del futuro, creen que se trata de una tregua, que se debe alargar lo más posible. Vinieron dos guerras carlistas más.

Y a modo de epílogo el narrador indica lo siguiente:

En opinión del carlismo Maroto quedó como el prototipo de la traición y la perfidia. No es justo.

Otro fue, sin embargo, el tratamiento del Gobierno de Isabel II, que recompensó a Maroto con un alto cargo militar.

El brazo eclesiástico, firme apoyo de la facción, no perdonó a Maroto su cooperación en la consecución de la paz.

Como muestra de esta intransigencia clerical cuenta Galdós la siguiente anécdota- rigurosamente cierta-: Su hija Margarita Maroto fue a confesarse de sus pecados una mañana y cuando terminaba la confesión, el sacerdote le preguntó su nombre y cuando se lo dijo, el cura se levantó irritado y con voces destempladas, le negó la absolución.

Y así termina la anécdota y el episodio Vergara: “¿Se pone en duda este hecho? Pues de él puede dar testimonio Doña Margarita Maroto, viuda de Borgoño, (…) que aún vive. Reside en Valparaíso” (p. 332).



ESTRUCTURA

El contenido narrativo de Vergara se presenta en 38 capítulos numerados en romanos y un breve epílogo señalado con un espacio en blanco y una línea horizontal.

La primera parte está formada por 10 cartas, que vienen a ser- como se ha dicho- una continuación del episodio anterior: La estafeta romántica, no en vano ésta termina con una carta de octubre de 1837 y Vergara comienza con otra de la misma fecha.

En la tercera carta (capit. III). “De Pepe Iturbide a su padre Casiano Iturbe, residente en Bilbao”, Galdós comienza a urdir la 1ª subtrama (el triánguilo amoroso de Zoilo-Aura-Calpena) relacionando a Pepe Iturbide con Zoilo Arratia y Eustaquio de la Pertusa, que se encuentran en la cárcel por espías de los facciosos.

La segunda parte abarca del capítulo XI al XVII, ya narrados en 3ª persona.

Se produce el encuentro de Fernando Calpena con su madre doña Pilar de Loaysa.

Se perfila la resolución del triágulo amoroso: Zoilo-Aura-Calpena, con la intervención afanosa de Calpena, cuya reacción ante la actitud de Zoilo Arratia no es nada romántica.

Otro acontecimiento importante es la sustitución del general Guergué por Rafael Maroto en el ejército carlista.

Fernando Calpena se entrevista con Espartero y éste le dice que quiere encomendarle una misión.

La 3ª parte va del capítulo XVIII al final; es la más extensa y en ella se narran los hechos de armas y todas las vicisitudes protagonizadas por Fernando Calpena, Martín Echaide, Maroto y Espartero para la consecución de la paz.

También se produce la liberación de Zoilo Arratia con lo cual ya se pudo reunir con su mujer Aura y el triángulo quedó resuelto.

Y como elemento estructurante del episodio son los continuos viajes de la cuadrilla de Martín Echaide.

Y hay una 4ª parte, a modo de epílogo, que viene a ser la valoración de Maroto por los carlistas como traidor y el reconocimiento de su contribución a la paz por el Gobierno de la Regente Mª Cristina.

También se muestra la intransigencia del clero, firme partidario del carlismo



PERSONAJES



Históricos (militares):

    • del bando constitucional: Baldomero Espartero, Zurbano, O' Donnell, Juan Zabala, Pedro Pascual Uhagón.
    • del bando carlista: Rafael Maroto, Antonio Guergué, Simón de la Torre, Urbistondo e Iturbe (brigadier)y el pretendiente D. Carlos Mª Isidro.
    • neutrales: Lord John Hay, “Lorchón”, comodoro inglés mediador entre ambos bandos y Wilde, coronel inglés, comisionado por su gobierno para estudiar la guerra.

Ficticios: Santiago Ibero (militar romántico)

- Femeninos: Aura, esposa de Zoilo Arratia, Pilar de Loaysa, madre de F. Calpena, las niñas de Morentín (Rita y Marta), doña Tiburcia Esnaola.

Personajes principales:

Protagonista: F. Calpena con su cuadrilla de arrieros: Martín Echaide, Juan Urrea, el “Santo Barato” y Sabas de San Pedro, y, por supuesto, los personajes históricos Maroto y Espartero, que interactúan con los ficticios.

Personajes secundarios:

Zolilo Arratia y su padre D. Sabino, Buenaventura Iturbide y José Iturbide, hijos de Casiano, bilbaínos, Eustaquio de la Pertusa, el Epístola, D. Pedro Hillo, sacerdote y D. Beltrán de Urdaneta, gran conspirador.



SIGNIFICACIÓN



La época histórica que narra Vergara es el final de la primera guerra carlista, cuyo origen se produjo a la muerte de Fernando VII en 1833 sin sucesor varón. Entonces se disputaron la sucesión al trono su hermano Carlos Mª Isidro y su hija recién nacida, la futura Isabel II, representada, entonces, por su la reina regente, Mª Cristina, y todo como consecuencia de la derogación de la Ley sálica, que impedía que las mujeres accedieran al trono, en caso de haber varones con derechos dinásticos (hermanos, sobrinos, etec).

Al lado del pretendiente, Don Carlos, se alinearon los sectores más conservadores de la sociedad española; pues el hermano del rey, ya era la cabeza visible de la línea más dura del régimen.

Pues bien, en una reunión celebrada el 13 de septiembre de 1832, presidida por el absolutista Tadeo Calomarde, se acuerda ante la sorpresa general, que gobierne Mª Cristina como regente. Fernando VII firma la habilitación de su mujer como regente.

Don Carlos Mª Isidro impugna esta habilitación y así nace el carlismo. Los liberales, antes perseguidos por Fernando VII, defendieron los derechos de Mª Cristina como regente y los de su hija Isabel.

Y Galdós, fiel a su idea de relacionar historia y ficción, va a narrar el final de la primera guerra carlista.

En 1838 el ejército del Norte del general Espartero, superior en hombres y en armamento al ejército carlista avanza por las provincias vascongadas.

Los carlistas tenían, como única ventaja, el conocimiento del terreno, lo que les permitía las emboscadas, la guerra de guerrillas y los golpes de mano; porque el arraigo de las ideas tradicionalistas del absolutismo en las zonas rurales iba declinando por la pesada carga económica que suponía el mantenimiento de las tropas. Por todo lo cual el deseo de paz iba calando en la población.

Don Carlos Mª Isidro nombró a Rafael Maroto general de la región del Norte en sustitución de Guergué. Maroto era un militar de carrera, veterano de las guerras independentistas americanas, como su oponente Espartero, y su fuerza residía en la capacidad de arengar a sus tropas.

Por otra parte, odiaba a la camarilla clerical de D. Carlos, al igual que muchos combatientes y la gente decente. Pronto se vio envuelto en una lucha a vida o muerte con una corte que había de tildarle de traidor a la Causa del carlismo.

Maroto destituyó a Tejeiro, jefe de los absolutistas clericales, lo que trajo una guerra civil interna. En febrero de 1839 la crisis latente se convirtió en contienda sangrienta. Maroto mandó fusilar a seis de sus enemigos militares, aliados de Tejeiro y de la facción más absolutista de la corte. Tejeiro y los apostólicos tuvieron que exiliarse.

La lucha interna fue tan intensa que se decía que Maroto había envejecido 10 años en dos días. Y para evitar la venganza de los “apostólicos”, apoyados por Cabrera desde Aragón, Maroto tuvo que elegir entre ser fusilado por su propio bando o pactar con sus enemigos.

Espartero iba penetrando en territorio carlista en una carrera triunfal y el anhelo de paz por el hartazgo de la guerra, iba calando en los vascos, siempre que se respetaran los fueros.

Las negociaciones de paz fueron lentas y complicadas y se llevaron con el mayor sigilo. La posición militar de Maroto era cada vez más difícil; porque el Quinto Batallón navarro se rebeló contra el acuerdo de paz y D. Carlos Mª Isidro hizo un último intento de arengar a las tropas.

Por fin el 29 de agosto, Maroto abandonó todos los intentos de salvar los derechos dinásticos de D. Carlos y firmó en Convenio de Vergara, que puso fin a la guerra y reconocía a Isabel como legítima reina.

El Convenio ponía a salvo los fueros de las provincias y los grados de los militares carlistas.

Resistió Navarra, pero Espartero puso en fuga a los restos del ejército carlista en Urdax.

Hasta aquí la parte histórica del episodio. Veamos la parte ficcional.

La villa de Vergara (Guipúzcoa), capital del Alto Deva, que da nombre al episodio, es el lugar donde se produce el abrazo de Espartero y Maroto, que pone fin a la primera guerra carlista, el 31 de agosto de 1839. Dos días antes habían firmado el Convenio en Oñate, que llevaría al abrazo ecuestre de los dos generales con las tropas formadas de ambos ejércitos en una campa de Vergara.

Estos deseos de paz ya los había anunciado don Beltrán de Urdaneta, gran conspirador, en su última carta a F. Calpena: “en la presente guerra no hay más que un tejer y un destejer continuo, y un tomar y dejar territorios. Cruel sangría derrama la vida de la patria (…) y si no se la cierra pronto, las venas no contendrán más que miseria y podredumbre” (p. 66).

Don Beltrán también apunta, ante tanto desvarío, una salida regeneracionista por el trabajo y la agricultura:

Cuando la realeza falla, cuando la milicia es impotente, inepto el cleriguicidio, incapaz la aristocracia, veamos, hombre, veamos si aparece algo grande y fuerte en medio del surco de la tierra, allí por donde anda la reja del arado. (p. 62)

Así pues estamos ante una novela histórica con ingredientes ficcionales, donde como en episodios anteriores involucra a los personajes de ficción en hechos reales: Fernando Calpena interviene activamente en la consecución del convenio de Vergara.

A este respecto Clarín dice: “El lector menos avisado (…) sigue la lectura con el clásico afán de saber en qué parará aquello. Se sane en qué paró, pero no cómo; a lo menos no como el autor nos va a servir los pormenores estéticos de las escenas históricas”13.

De este modo, además de la trama principal histórica, ya conocida desde el título como señala Clarín, se narran otras subtramas ficcionales coadyuvantes de la trama principal.

Así tenemos una primera subtrama que es la resolución del triángulo amoroso: Zoilo-Aura-Calpena.

Hay una segunda subtrama que es la búsqueda de Zolilo Arratia por su padre D. Sabino y la última subtrama sería la relación materno-filial entre F. Calpena y su madre doña Pilar de Loaysa, condesa de Arista.

Y como elementos coadyuvantes a la resolución de esta 1ª subtrama tendríamos a Martín Echaide y su cuadrilla de arrieros, en especial F. Calpena y don Eustaquio de la Pertusa como colaborador ocasional.

Elementos coadyuvantes de la segunda subtrama: D. Sabino Arratia, “las niñas de Morentín” y sobre todo F. Calpena, que es quien logra de Maroto la orden de excarcelar a Zoilo Arratia.

Elementos coadyuvantes de la tercera subtrama: las cartas de Calpena a su madre y la intervención de Espartero, que facilita el encuentro de Calpena con doña Pilar de Loaysa, su madre.

Si en la trama principal se produce el famoso abrazo de Vergara, abrazo de paz sincera por el momento. Pues en el resto de las subtramas se van produciendo abrazos paralelos entre Zoilo Arratia y F. Calpena, que pone fin a la rivalidad ente ambos.

El abrazo paterno filial entre D. Sabino Arratia y su hijo Zoilo, cuando es excarcelado, que supone para ambos la paz histórica y familiar.

El abrazo de Zoilo Arratia y Aura, su mujer, ya curada de su desvarío y con su retoño.

El abrazo de doña Pilar y F. Calpena supone un impulso a resolver la subtrama del triángulo amoroso y sobre todo la contribución a la firma de la paz.

Y habría un último abrazo desilusionado entre Santiago Ibero y F. Calpena, que no creen que la paz sea duradera



BIBLIOGRAFÍA:

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BACHILLER CORCHUELO, >>Benito Pérez Galdós y su obra<<, en Por esos mundos, julio, 1910.

BONET, Laureano, Galdós. Ensayos de crítica literaria, Editorial Península, Barcelona, 1972.

CARDONA, Adolfo, >>Apostillas a los Episodios Nacionales de B.P.G. de Hans Hinterhauser<<, en Anales Galdosianos, III, 1968.

CASALADUERO, Joaquín, Vida y obra de Galdós, Editorial Gredos, Madrid, 1974.

GULLÓN, Ricardo, >>La historia como materia novelable<<, en Anales Galdosianos, V, 1970.

HINTERHAUSER, Hans, Los Episodios Nacionales de B.P.G., Editorial Gredos, Madrid, 1963.

MONTESINOS, José F. Estudios sobre la novela española del siglo XIX. Galdós III, Editorial Castalia, Madrid, 1972

PÉREZ GALDÓS, Benito, Zumalcárregui, Establecimiento Tipográfico de la Viuda e Hijos de Tello, Madrid, 1900.

  • Memorias de un desmemoriado, Visor Libros/Comunidad de Madrid, 2004
  • Un faccioso más y algunos frailes menos, Alianza Editorial, Madrid, 2005.
  • Vergara, Establecimiento Tipográfico de la Viuda e Hijos de Tello, Madrid,1899 (1ª edición).

PENAS VARELA, Ermitas, La tercera serie de los EE. NN. de Benito Pérez Galdós, Edit Academia del Hispanismo, Vigo (Pontevedra), 2013.

TRONCOSO Dolores, Episodios NN. Tercera Serie. Cristinos y carlistas, Destino, Barcelona, 2007.

Madrid, 21 de mayo de 2017

Anastasio Serrano





                                                    
                                                   Mª Cristina de Borbón, Regente



                                                              Isabel II
                                                                  
















1 . Pérez Galdós, Benito, Memorias de un desmemoriado, Visor Libros/Comunidad de Madrid, Madrid, 2004, p. 34. José Luis Alvareda fue político, periodista, vicepresidente de las Cortes y Ministro. También fue personaje en el episodio Amadeo I

2 . Pérez Galdós, Benito, >>Observaciones sobre la novela contemporánea en España<<, en Galdós. Ensayos de crítica literaria de Laureano Bonet, Península , Barcelona, 1972, p. 74

3 . Bachiller Corchuelo: >>Benito Pérez Galdós. Confesiones de su vida y de su obra<<, en Por esos mundos, julio, 1910

4 . Hinterhauser, Hans, Los Episodios nacionales de B.P.G., Editorial Gredos, BRH, Madrid, 1963, p. 229

5 . Gullón, Ricardo >>La historia como materia novelable<<, en Anales Galdosianos V, 1970, p. 23

6 . Pérez Galdós, Benito, Un faccioso más y algunos frailes menos, Alianza Editorial, Madrid, 2005. pp. 242-243

7 . Pérez Galdós, Benito, Zumalacárregui, Establecimiento Tipográfico de la VIUDA E HIJOS DE TELLO, C) San Francisco, 4, Madrid, 1900, 2000 ejemplares. Todas las citas textuales serán de esta edición, indicando el capítulo y la página, p. 5

8 . OP. Cit. Memorias de un desmemoriado, p. 104

9 . Montesinos, José F., Estudios sobre la novela española del siglo XIX. Galdós III, Editorial Castalia, Madrid, 1972, p. 16

10 . Pérez Galdós, Memorias, O. Cit. pp. 105-106

11.- Pérez Galdós, Benito, Vergara, Establecimiento tipográfico de la Viuda e Hijos de Tello, Madrid, 1899 (1ª edición). Ejemplar de lectura y notas textuales. p. 2

12.- O. Cit. Vergara, p. 68

13.- Alas, Leopoldo (Clarín), Ensayos sobre Galdós, Taurus , Madrid, 2001 (p. 284)